A raíz del apoyo de Víctor Manuel a la SGAE le habías puesto una cruz, pero estaba tan débilmente clavada, que poco trabajo te costó levantarla. Dejaste constancia hace meses de que el perdón primero tuvo su motivo/disculpa en la causa benéfíca subyacente: recaudar fondos para Médicus Mundi. El reciente tropezón segundo fue por no hacer ascos a unas entradas sacadas por tu hija. Ahora ya no descartas una tercera porque aunque el cambio en el repertorio sea mínimo en cada encuentro siempre se asegura alguna novedad: en algún caso son los acompañantes, en otro la forma de presentar y explicar todas y cada una de las canciones.
Era la primera vez que acudías a la Ería a un concierto. Te pareció un recinto muy adecuado.
El concierto estaba anunciado para las nueve. Faltarían quince minutos cuando entrabas en el recinto. Te quedaste a unos quince metros del escenario, de manera que podías alternar la visión en directo con la réplica ampliada de las pantallas.
Hasta las diez y media no salió al escenario Victor Manuel pero entre el animoso telonero y el protagonista pasaría media hora que se hizo larga. De vez en cuando se oían silbidos que no sabrías interpretar del todo porque los silbidos son polisémicas. Cuando las pantallas comenzaron a emitir unos anuncios publicitarios, arreciaron los silbidos, que se hicieron estruendosos al aparecer el de Coca-Cola como patrocinador o co patrocinador del evento. Resucitó para la ocasión el olvidado boicot por el cierre de la planta envasadora de Colloto.
Víctor Manuel, solo o acompañado, interpretó todas sus canciones más conocidas durante cerca de dos horas y media. Lo notaste mejor de voz que en otras ocasiones, empezó y acabó potente y dominante, quizá con algún altibajo en la fase central del concierto, pero Víctor domina bien los registros y conoce perfectamente sus posibilidades.
Te impactó la potencia de Rosendo en “La canción de la esperanza”; la sentida interpretación de “El abuelo Víctor”, de Serrat; el timbre inconfundible y el vigor de Chus Pedro en varios temas asturianos; la delicadeza sinuosa de Ana Belén; la simpatía y la soltura de Estopa; el leve histrionismo de Miguel Ríos; la delicadeza y a la vez la energía de Pablo Milanés, que con dos brevísimas estrofas originó estruendosas ovaciones del público; contundente el Gran Wyoming; convincente Ismael Serano, y sobre todo el espectacular quejío de Poveda al interpretar Asturias, no en vano el autor es Garfias, compatriota andaluz. Poveda y Víctor Manuel, una interpretación para la memoria.
Víctor podía haber evitado explícitas reivindicaciones de la memoria histórica. Bien está el recuerdo de los viajes que realizaba a las fosas comunes de Oviedo porque es una experiencia personal ¿tendría diez, doce, catorce años? Siendo así, se entiende mal que cuatro años después dedicara la oda al Generalísimo, que tus amigos te restriegan cuando se alude al mierense. Pensándolo bien, no se comprende mucho. Ciertamente, una sombra que atiza el lenguaje tabernario en el que tan incómodo te sientes, pese a gustarte tanto las tabernas.
2 comentarios:
Corregida la fe de ratas. Gracias
Pedro Garfias nació en Salamanca en 1901, aunque pasó su infancia en Andalucia
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