Das una vuelta vespertina por El Fontán con la intención, fallida, de sentarte un rato en la terraza que da a la Plazuela de Daoíz y Velarde. Si vas por la mañana, la prefieres a la plaza interior, pero no descartas esta. Por la tarde, salvo que vayas en compañía, si no hay mesa en la exterior, descartas la interior. Por abrumadora mayoría prefieres estar de pie a sentarte en mesas o terrazas, ahí no. ¿Manías? Vale. Fallida dijiste con razón, porque no había sitio, así que te encaminaste hacia casa, te encaminaste pero no fuiste directo porque también Dios escribe derecha la historia con renglones torcidos.
No oyes más porque estás a una prudente distancia y te mantienes alejado. Temiste que salieran los padres como energúmenos. Tampoco. La advertencia o quizá admonición no llegaría a un minuto. Los adultos se fueron. Los niños quedaron parados, más él, porque ella no tardó en correr hacia el interior de la plaza, quizá para dar novedades a los mayores, que piensas que estarían en una furgoneta, base logística para el montaje de ¿unos juegos al aire libre? ostentosamente patrocinados por Coca Cola.
A los dos minutos te alejaste. Antes lo había hecho la pareja cívica. Los niños reanudaron el juego con brío.
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