Seguramente dejaste escrito por aquí hace unos meses que El lobo estepario, de Herman Hesse fue unos de los libros de referencia de Gabriel García Márquez y así lo cuenta en sus memorias Vivir para contarla. Le cogiste por la palabra.
Lo habías leído hace muchos años, quizá cuando tenías dieciocho, o a lo mejor veintitrés. En cualquier caso no es lo mismo a los dieciocho que a los veintitrés que próximo ya a los sesenta. ¿Qué recuerdas de aquella lectura? Nada. Simplemente el título y la imagen que todos nos formamos de un ser asocial. ¿Qué idea tendrás dentro de un año? La misma. ¿Para qué leer si casi todo caerá en el olvido? Quizá la razón esté en el imperceptible casi.
El libro merece variados comentarios y matices.
Al principio te costó centrarte. Más tarde te despreocupaste de la idea de conjunto y disfrutaste paso a paso, partido a partido, como dicen algunos entrenadores. Comenzaste la lectura un tanto despreocupado porque el libro comienza, como otros muchos, con un Prólogo del editor. En la idea de que estás leyendo el clásico prólogo, no necesitabas silencio de fondo y llevas un buen número de páginas cuando te percatas de que el tal Prólogo del editor es el primer capítulo del libro, a cargo, por lo tanto, de autor. Tienes que volver al principio y releer con ascetismo, por si te habías perdido algo capital para el entendimiento de la trama.
La estructura del libro te resultó un poco liosa. El tal prólogo del editor no es tal prólogo. De todas formas las palabras iniciales no traicionan la idea, pero cada uno lee lo que y como le interesa: Contiene este libro las anotaciones que nos han quedado de un hombre a quien llamábamos El lobo estepario, para emplear un calificativo que se aplicaba con frecuencia a sí mismo.
Acto seguido comienzan las anotaciones propiamente dichas de Harry Haller (las iniciales coinciden con las de Herman Hesse ¿un apunte autobiográfico?) Sería el tratado del libo estepario. No tardan en aparecer distintos escenarios, donde se adentra Harry, todos con algún enigmático rótulo no siempre legible con claridad ya que a veces se requiere la imaginación activa del autor, por ejemplo, Teatro Mágico. Sólo para locos.
Ahí se desarrollan enjundiosas escenas que hacen creer a un lector no demasiado atento, que se está contando una historia en primera persona, olvidando que se trata de un relato dentro de un relato o más, entremezclándose múltiples planos en el espacio y en el tiempo, en la realidad y en los sueños hasta el punto de acabar olvidando si habla un autor despierto o uno sonámbulo, un espejo o un personaje, un Goethe resucitado o un impostor, un sensible Mozart o un racional estudioso de los pentagramas y los acordes.
El lobo estepario es una de las múltiples personalidades del Harry Haller, un perfil que no te queda claro si se fue labrando el autor, buscándolo o, por el contrario, es fruto de la selección natural. Un lobo estepario a la vez conforme y disconforme consigo mismo, que requiere ayuda externa para romper el caparazón, incluso la coraza erótica. De ahí la importancia del baile, del juego de máscaras, de la desinhibición, de la música, que abre el campo del hasta entonces monocorde vivir y sentir de Harry.
“Todo el resto de mi persona, todo el restante caos de facultades, instintos y aspiraciones, lo había sentido como algo incómodo, adjudicándoselo al ser que yo denominaba el lobo estepario”. “A veces cuando bailaba mi onestep en algún restaurante de moda, entre elegantes vividores y caballeros de la industria, me veía como un traidor a todo lo que había sido siempre honroso y sagrado para mí”.
A lo largo de esta relectura te ibas imaginando con qué faceta del lobo estepario te habrías identificado entonces, y no sería la misma a los dieciocho que a los veintitrés, como no lo es ahora, treinta y tantos años después.
Con el lobo estepario, meditas ¿te queda algún sueño juvenil por traicionar?
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