Algún día a mitad de semana los pasos te llevan hasta El Fontán, lugar apto para meditar sobre la huelga o sobre cualquier asunto, si no te juntas con algún personaje de los que también se dejan caer por la plaza porticada, con lo que formas un tándem transitorio para arreglar el país y, ya puestos, el mundo.
Como no hubo tándem, entre culín y culín pasas el rato leyendo la prensa, concretamente las tan diferentes estimaciones sobre el seguimiento de la huelga. Ante disparidad de cifras tan reiterada huelga tras huelga, te sorprende que nadie haya propuesto ninguna titulación específica sobre la materia, qué menos que un máster. Se habla del consumo de energía eléctrica o de otros indicadores convencionales, que, con matices, pueden servir como medida de la actividad económica, pero no para concretar el seguimiento puro y duro de la huelga, que, como reza la doctrina jurídica tradicional, es un derecho individual que se ejerce colectivamente. Ahí está el quid de la cuestión: un asunto de números, de contar individuos, no de perorar sobre valores, que esos vienen después. O antes, pero sin mezclar datos e ideologías.
En realidad, la medida exacta no se puede saber ni para el telediario de la noche ni para el día siguiente. La única forma exacta de determinarlo sería en base a las relaciones que las empresas presentan en la Tesorería de la Seguridad Social. Esos datos hoy se envían telemáticamente pero antes de diez días es imposible confeccionar ninguna estadística fiable.
Llama la atención que en asuntos de pura contabilidad discrepen quienes a veces están en las poltronas y a veces con las pancartas. Piensas en este momento en el PSOE y en el sindicato hermano UGT. Cuando el PSOE está en el gobierno, cuenta de una manera, cuando sus hermanos se manifiestan, se cuenta de otra. En el resto de combinaciones posibles, él acuerdo aritmético se presenta más difícil todavía.
¿Qué tiene que ver el título que pones a este artículo con las huelgas? Que cada uno oye y ve lo que le da la gana, muchas veces lo que espera oír. Por eso cuando estás meditando sobre estos asuntos alrededor de la sidra (bien avanzada ya la digestión del pinchu de picadillo) te parece oír detrás de la oreja:
- Unu de Fierros.
Cuando te das la vuelta, en realidad decía:
- Cupón pro ciegos, cupón pro ciegos.
Detrás de ti susurraba el más pesado vendedor del cupón que conoces, al que únicamente salva un importante detalle: viaja diariamente en tren.
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