La mera observación de la realidad convence a cualquiera de la precarización máxima de la fuerza de trabajo. No hay estabilidad en el empleo como concepto abstracto, ni en el trabajo como realidad concreta, ni en el menguante salario, ni en la creciente jornada.
Piensas entonces en la figura del becario, hacia donde mentalmente te orienta el cuadro de anuncios dominicales: el que trabaja sin derecho a emolumentos pero agradecido de la experiencia cuasilaboral que le proporciona su estancia en una empresa. Al menos puede sentirse útil, no anda silbando por las calles ni (en principio) en malas compañías. Lo mismo que las otras dos formas de terapia ocupacional ofertadas.
Podría ser también un mensaje subliminal acerca de las tendencias sociolaborales o un contra-anuncio infiltrado advirtiendo de que alguien nos está chupando la sangre, la sangre negativa, la mala sangre que uno se hace ante el panorama.
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