Te tienen a mal traer los apellidos de esas partidas de bautismo sin fin. No acabas de entender que si, por poner un ejemplo, Juan García Campomanes y María García Castañón contrajeron in facie ecclesiae a mediados de los años cincuenta del siglo XIX y tuvieron ocho hijos, uno se llamara Pedro García García, otro Gaspar García Castañón, la tercera Casilda Campomanes García, el cuarto Casimiro Campomanes Castañón, el quinto Toribio García-Campomanes García, la sexta Veremunda García García-Castañón, el séptimo…todo ello para dolor de cabeza de cuantos andamos ociosos escarbando viejos legajos.
En busca de un rayo de luz, preguntas en la Biblioteca Pública si habrá en sus fondos algún libro, algún capítulo de algún libro, algún artículo de una revista que desentrañe la formación histórica de los apellidos y su porqué.
De los archivos sacan un libro de 1870 de José Godoy Alcántara “Ensayo histórico etimológico filológico sobre los apellidos castellanos”. Primero lo fusilas a fotos (está permitido), más tarde buscas en Internet, no sea que el autor sea un don nadie en la materia. Resulta estar en books.google.es.
Días después encuentras a Don Agustín, el director del Archivo Diocesano y comentas el hallazgo. Don Agustín no es solamente un libro abierto, sino una biblioteca entera. No le basta con conocer el libro sino que sabe que en aquellos años la Academia de la Historia convocó un concurso sobre la materia consistiendo el premio en la publicación de los dos mejores trabajos. Así fue, según pudiste confirmar y eso que el autor se autodenomina individuo, que en aquel tiempo no llevaba aparejada la connotación actual.
El libro todavía no te llevó hasta el intríngulis que buscas, pero como siempre ocurre en ocasiones así, te puso sobre otras pistas: cómo a veces no se escogía el primer apellido del padre y el primero de la madre sino otros de la familia. De esa forma te puedes explicar algunos casos que achacabas a errores de escribanos.
Sientes ingenua y sincera admiración por la detallada investigación realizada para ese trabajo, cómo de los registros notariales, de capitulaciones matrimoniales, del Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo, de escrituras fundacionales de monasterios, generalmente en bajo latín o en castellano incipiente, el investigador extrae originales conclusiones analizando los nombres de testigos u otorgantes que allí aparecen, cómo se denomina a los intervinientes según status y estado, y cómo evolucionan sus apelativos con el paso de los siglos o en las diferentes regiones.
Maravilloso cómo de unas mismas fuentes, unos mismos documentos, el historiador botánico diserta sobre plantas, el arquitecto sobre casas, el ingeniero sobre puentes, el médico sobre tratamiento de las enfermedades. ¿Quién estudiará la historia cuando se abandone el conocimiento de las lenguas clásicas, de la historia, de nuestros antecedentes y de otras cuestiones de mínima rentabilidad inmediata, pero que proporcionan tanto placer?
4 comentarios:
Me temo que sobre la pregunta que te haces al final ya sabes la respuesta: "Quedará pa prau".
Rufino
Espero que siempre queden estudiosos como Ud. a los que se les guste sumergirse en nos orígenes del conocimiento, en las fuentes de la sabiduría.... a pesar de los i-pad con Internet para respuestas rápidas.
Me sumo al comentario anterior.
eres un fenómeno !
tendré que revisar mis apellidos...
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