Una obra
maestra que se precie necesita unas primeras líneas de altura.
“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de
la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las
ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la
madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y
tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”.
Con sus
metáforas, el pasmoso contraste entre dos realidades físicas tan heterogéneas
como la tangible ala y el inasible tiempo, las sorprendentes combinaciones de sustantivos
y adjetivos en párrafos cortos, las primeras líneas de la novela prometían una
lectura placentera. No fue así. Con el avance de las páginas, te fue
envolviendo una atmósfera angustiosa y de duda. Cuando llevabas leída una
tercera parte, tuviste que echar mano con temor de Internet por si te estabas
perdiendo algo importante. No, menos mal, porque según la página de referencia
“logra entrelazar distintos
puntos de vista narrativos; una especie de monólogo múltiple en el que intervienen
varias voces sin identificarse”.
Agobiaba
enfrentarse a varias páginas sin un triste punto y seguido donde poder suspender
la lectura hasta otro día, con el temor añadido de no lograr captar el sentido
de la historia.
Por lo demás,
el patriarca en su otoño va dejando su rastro de sangre, de tiranía, de
delirio, incluso de infantilismo.
“Aprendió a vivir con esas y con
todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el trascurso de sus
años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el
amor, más perdurable que la verdad”.
1 comentario:
Cuántas similitudes con una cochina realidad. Aunque para disfrutar angustiándose basta con poner las noticias, basta con percibir la realidad sin metáforas.
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