Si mientras comienzas a leer El sueño del celta intercalas la lectura del periódico sabatino y
encuentras un artículo del polígrafo Ignacio Gracia Noriega que alude al
novelista peruano, te quedas pensando si será verdad su aserto y por momentos tienes a creer
que sí.
De pasada, al comentar una novela de una autora que se
estrena, escribe Gracia Noriega “estos detalles de carácter digamos técnico no
tienen mayormente importancia si la historia es buena, y en esta ocasión es una
historia muy buena. A fin de cuentas, ya ven ustedes que Vargas Llosa no es un
buen escritor. Pese a sus éxitos mundanos y a su reconocimiento literario, no
pasa de ser un escritor pulcro que hace faenas aseadas, que con el tiempo no
será más recordado por su prosa amorfa que en la actualidad lo está quien más
se le parece, Gonzalo Torrente Ballester”.
Sin embargo, Vargas Llosa arma una buena historia, que logra intrigar con el paso de las páginas, pero a su prosa le falta la luminosidad impactante de
García Márquez.
El sueño del celta
plantea grandes cuestiones intemporales: la esquilmación de territorios
vírgenes en países del tercer mundo, la falta de escrúpulos de las empresas
multinacionales, la política del avestruz de los Estados del primer mundo que
amparan los usos de las empresas explotadoras…
La novela interesa por moverse en varios
planos. Por ser de actualidad (catalana) te fijas más en las vicisitudes de un
hombre que después de luchar por grandes causas en África y Sudamérica, se
embarca en la aventura de la independencia de Irlanda. Hablamos del primer
cuarto del siglo XX. Se va convenciendo de la necesidad de luchar. Y luchar es combatir. Por momentos confía en la victoria contra Inglaterra si logra el apoyo
militar de Alemania, entonces enfrentada con Inglaterra en la antesala de la
Primera Guerra Mundial. Sabe, sin embargo, que va a ser derrotado y que llevará
a la muerte a los soldados aventureros, pero confiará en que, al estilo de los
primeros mártires del cristianismo, su sangre dará fuerzas a la lucha por la
independencia.
Desde ese punto de vista plasma las dificultades de manejar (en
este caso, de manejos) el/al conglomerado de actores, fuerzas, grupos e instituciones que llevan a un país a
la independencia. Por cierto, uno de sus objetivos-puente, como semilla para
la secesión, es la instauración del gaélico como idioma.
El título alude a un largo poema épico de ese mismo encabezado
que el protagonista escribió en 1906 antes de partir a una de sus aventuras de
liberación. Con el paso de los años unos siempre busca la piedra angular que da
sentido a su vida, no vaya a ser esta una sucesión de hechos apilados sin ningún
pegamento que los aglutine.
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