Habían llegado cientos de miles de sirios a Europa y tú no
te habías percatado. Tuvo que publicarse la imagen del niño muerto en la playa
turca para que te vieras obligado a acercarte al problema. En un principio te
sorprendió que algunos medios ‘serios’ la ocultaran por dura. Ese juicio te
pareció exagerado. Es una imagen triste, muy triste, pero no escabrosa ni
sangrienta. Si bien lo piensas es una imagen dura más por el significado que
por el significante, que consiguió el efecto de movilizar conciencias e
instituciones.
En este caso, que creías simple inmigración, te fuiste
formando una idea sin recabar la mínima información. De todos modos para el
duro de corazón, no se ablandará éste aunque lluevan sobre él cataratas de
informes y documentos. También conoces el caso contrario: el desprendido admirable
que sin pensarlo dos veces acoge a un saharaui o a un niño ucraniano de Chernóbil.

El caso es que las primeras informaciones, algunas sesgadas,
te llegaron a través de guasaps o de las redes sociales, y sirvieron para predisponerte en contra. En una de ellas (salvo
que fuera un montaje o una imagen de otro tiempo) se veía a grupos de refugiados
(o inmigrantes) rechazando la ayuda humanitaria de los soldados macedonios
porque el kit de ayuda venía empaquetado en cajas de la Cruz Roja, y los
inmigrantes rechazan el cielo si viene envuelto en cruces. Otras reflexiones,
de gente de izquierdas (aclaras), ponían el acento en la dificultad de absorber
a tantos nuevos vecinos no solo por las diferencias culturales, sino por las
limitaciones logísticas.
Tardaste en enterarte de que no estábamos ante las
periódicas avalanchas de inmigrantes de las pateras, sino de riadas que huían despavoridos
de la guerra de Siria, esa parte del mundo en la que el llamado Estado Islámico
está cometiendo atrocidades espantosas con hombres y destruyendo restos arqueológicos
milenarios. No eran, por lo tanto, estos islamistas los que formaban las
avalanchas en el sureste europeo intentando llegar a Alemania, sino quienes
huían de ellos.
Hay quien critica la dejadez de los estados. No tienes tan
claro que el pueblo llano sea más solidario que los gobiernos. Basta el ejemplo
de Oviedo, donde la vicealcaldesa, de Somos/Podemos, propuso habilitar el viejo
Hospital como sede para los refugiados, siendo inmediatamente contestada por los
vecinos de la zona, que sugirieron como alternativa las viejas instalaciones de
la ciudad residencial de Perlora.
Algunas instituciones locales estaban dispuestas a acoger
pero siempre que los cupos se fueran asignando escalonadamente, a saber: Europa, España, Asturias y finalmente el municipio correspondiente. Piensas
tú que si una ciudad o un ayuntamiento quieren acoger el cupo que de momento
decida, puede hacerlo y ser considerado un anticipo a cuenta.
La Iglesia, con el Papa a la cabeza, también puso su grano
de arena al sugerir, o algo más, que cada parroquia acogiera refugiados.
Por cierto, la denostada y derechizada Alemania, con la
vilipendiada Merkel, se sitúa a la cabeza de los acogimientos.
En la irresoluble porfía entre caridad y justicia, llevado a este terreno, siempre habrá quien diga que en esta materia hay que atajar el mal de raíz, sin que haya acuerdo acerca de donde se oculta la raíz y cómo
erradicarla. Casualmente en lo tocante a la avalancha de refugiados, los números son tan apabullantes que ejercer la caridad es la única forma de hacer justicia (de momento).
Esta crisis pilló a mucha gente con el pie cambiado.