Por imponderables, llevas unos sábados sin poder disfrutar
en El Fontán de la botella de sidra y el pinchu de picadillo. Como alternativa,
algunos sábados paras al mediodía en Pola de Lena, antes de ir a ver a tu madre
y comer lo de siempre: una tortilla de patata única, y delante, detrás o a la
vez, lo que sea. Con sidra, claro. De guaje te reías cuando tu tío Luis venía de
León a ver a la madre, tu abuela, y comía siempre lo mismo: de aquella una
tortilla de patata con salsa de tomate. No era una excelente cocinera
pero tienes un gran recuerdo de aquella tortilla y aquella salsa, cuando te
tocaba probar la tortilla del tío. Costumbres que se repiten.
Este sábado dio lugar a muchas anécdotas. Aparcas a la vez
que un conocido de sidras de Oviedo y Pola de Lena e insiste en que tomes un
culín con él. Aceptas. Te sorprende lo que te cuenta: tuvo una orden de
alejamiento de cuarenta días, que pasó en León, y llegó a dormir una noche en
el calabozo. Pensando que tú estuviste 29 de militar, aunque sin orden de alejamiento,
tiendes a relativizar lo ocurrido, que no sabes lo que fue aunque lo supones.
Después de compartir un culín, dos en realidad, das una
vuelta por la plaza y te encuentras con la encargada del albergue con el tampón
y la almohadilla en la mano buscando como loca a un grupo de peregrinos que
marcharon sin poder sellar la Salvadorana. No los encontró, según
averiguaste más tarde, pero das testimonio de su profesionalidad.
Haces otra parada en otro kiosko y relatando con unos contertulios los
imponderables que te obligan a alterar el calendario sabatino, y el
interlocutor te dice que tiene una hija con esclerosis múltiple desde los
dieciséis años. Cuando toca, hay que asistir al palo y la vida sigue.
Cuando vas camino del coche, te encuentras en una terraza con otro conocido
y le indicas que vas a Naveo a comer con tu madre, y alguien en una mesa contigua,
que no habías visto, sugiere ¿y por qué no a La Romía?, que es una aldea
cercana y de donde originariamente proviene tu rama materna. Aprovechan esos jóvenes,
parientes algunos, para contar una anécdota: la última vez que estuvo el
alcalde de Lena en La Romía quedó sorprendido de que el pueblo tuviera pinta de
recientes arreglos y sin embargo, no recordaba haber recibido ninguna licencia
de obras. No se lo tomaron mutuamente en cuenta: unos invirtiendo y otros votando. Replicaron que todo era
material legítimo: las traviesas de la Renfe, las vallas de Obras Públicas, los
hierros de la minicentral de las proximidades.
Hubo más anécdotas, pero ya no se pueden contar.
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