2013/08/14

SALUDOS EN MURIAS

Estás sentado frente a los montacargas descansando la espalda contra la pared, pero atento a cualquier movimiento o sonido. Queda a tu derecha la puerta de los quirófanos, que se abre y se cierra sin que la acabe de traspasar la camilla sobre la que tendría muy pronto que aparecer tu madre después de saber que había pasado la noche absolutamente tranquila, sin ningún sobresalto, porque todo se había dado muy bien.

En un discontinuo fluir de batas blancas, azules y otras fundas de trabajo de variados colores, ves pasar a médicos con alguna carpeta metálica bajo el brazo, a enfermeras o auxiliares en animada charla sobre algún protocolo, al carretillero que distribuirá cualquier suministro hospitalario, a la empleada de la limpieza que recoge del suelo la mas menuda insignificancia.

Tú escrutas cada maniobra, cada levísimo ruido, cada rostro, pero eres invisible. Hace tiempo que empezaron la jornada, todos tienen unos objetivos que cumplir cuanto antes y no es su función dar los buenos días a nadie.

Desde el pasillo de las habitaciones, avanza de izquierda a derecha un hombre menudo de un pelo blanco muy suave que roza la tercera edad, va vestido de calle, con ropa clara cubierta por una bata blanca que realza su deambular elegante. Sonríe, da los buenos días sin detenerse y sigue hasta doblar hacia el pasillo situado frente a la puerta de los quirófanos. Al rato regresa y vuelve a saludar. Tú sigues allí esperando cualquier señal. Es entonces cuando caes en un detalle: aquel joven anciano lucía una discretísima cruz dorada sobre la solapa de su funda blanca.

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