Después de dedicar un rato a las partidas de nacimiento del Juzgado de Paz de Pajares de finales del siglo XIX, das una vuelta para despejar antes de que anochezca. Los pasos te llevan hasta El Fontán.
A mitad de camino, en la sidrera calle Gascona, tienes oportunidad de dar la enhorabuena al nuevo obispo. No iba de sidras, seguro, aunque tampoco descartas que tomara alguna.
- Enhorabuena, aunque nos veremos en un acto que hay organizado…a lo mejor meto la pata.
- El día 27.
- Entonces no metí la pata.
Sigues tú camino y él el suyo.
Llegas al Fontán. El frío y la lluvia disuaden de salir de casa a espíritus derrotados, pero no a ti, que lees el punto favorable de más mesas vacías para poder elegir observatorio. En unas sillas próximas, bajo los soportales, oyes el diálogo de dos personas. No es necesario prestar demasiada atención porque el típico colgado no está tan ducho en susurros como en el habla entrecortada y a borbotones.
Cuenta uno que hace veinte años que se apartó del crack cuando estuvo en Canarias de estibador. Aconseja al más colgado que se retire de la droga, pero no tardan en dirigirse hacia un taxi que les llevará hasta Vallobín donde uno conoce un antro de total confianza, te lo digo yo. Esta mañana había recibido un giro postal de cuatrocientos cincuenta euros de su familia gallega.
Difícil pastoreo entre ovejas tan descarriadas.
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