Uno procura leer las nuevas publicaciones de Miguel Rojo, que para eso vivió unos años en Fierros.
***
PEQUEÑOS BARCOS A LA DERIVA, de Miguel Rojo
Incluye este libro dos relatos independientes: El chico
del reformatorio y Una larga jornada.
Son dos relatos desiguales y sobrios, trágico el primero y
próximo a la comedia el segundo.
El primero, El chico del reformatorio, es una versión
libre y españolizada del terrible crimen cometido en 1993 por dos jovencitos de
aproximadamente diez años en la persona de un niño al que le faltaban unos días
para llegar a los tres. Como no recordabas los detalles de aquel escabroso
suceso fue necesario buscar datos internet. Los detalles son espeluznantes. El
autor no se regodea en ellos, pero los enuncia lo mínimo imprescindible para
enmarcar la historia, ya que posiblemente a muchos lectores jóvenes no les
suene aquel suceso. Mejor.
Los hechos acaecieron en Liverpool, pero en el relato
trascurren en algún lugar de la Península. También son españoles los nombres de
los personajes: Jorge, Arcadio, Luisín, Rogelio, Leontina, Berto, Alejandro o
Susana, que siempre sirven para acercar la historia al lector. En algún momento
se alude a la necesidad de coger un metro y un autobús, pero salvando ese
detalle, crees que los hechos ficticios pudieron ocurrir en Oviedo ya que el
autor ubica una acción en la calle Bernardo Casielles y, que se sepa, solo
existe esa calle en Oviedo, en el barrio de la Argañosa. (Aquí un largo
paréntesis. Casualmente, la dirección postal de las oficinas ferroviarias donde
trabajaste unos años estaban en Bernardo Casielles, sin número. Bernardo
Casielles fue un torero nacido en Gijón, pero totalmente vinculado a Oviedo,
hijo de ferroviario, masón el matador por más datos, luchador en el frente republicano,
que quiso que sus restos reposaran en el cementerio ovetense. ¿Qué color
tendría la corporación que le dedicó esta calle? A determinar. Fin del
paréntesis). El autor dibuja un entorno de huertos cerrados con somieres,
frecuentes en ámbitos tan estéticamente deteriorados como suelen ser las zonas
colindantes con el ferrocarril, el de la línea de Trubia en este caso.
El relato plantea una serie de cuestiones que preocupan a la
sociedad: la gratuidad del mal, la explicación de las causas, la búsqueda de
responsabilidades, en este caso Dios, la sociedad o la madre de la criatura por
no ejercer un control constante sobre el menor. Entre los empleados del
reformatorio corren las mismas opiniones que entre el ciudadano de la calle:
hay quien considera que esos jóvenes no tienen solución ya que son la
encarnación libre del mal (“El árbol que nace torcido ya nunca se endereza”) y
hay quien los cree dignos de compasión y mantiene, si no esperanza, si ilusión
por que (esos barcos a la deriva) salgan a flote. Así se denominan ellos
mismos: “Somos pequeños barcos a la deriva y nuestro destino es hundirnos”.
Ellos mismos no saben a qué atenerse y el autor tampoco se define.
Su única esperanza (la del joven delincuente pero
seguramente también la del autor) es encontrar una explicación, que puede lograrse
escribiendo: una especie de confesión catártica, pero por esa vía no llega a
sentir nada. Decir que suspira por una redención a través de la escritura suena
quizá demasiado pretencioso. El joven aspira no más que a olvidar, pero ni
siquiera porque le moleste el remordimiento, sino solamente el recuerdo de los
hechos. El único contratiempo de no encontrar la razón de sus actos es el
riesgo de reincidencia. “Quiero ser olvido (…) Sé que lo voy a lograr”.
En el primer relato se cuela de refilón la historia de otro chico
conflictivo, autor de algo más que una gamberrada, también sangrienta y
gratuita, pero sin el cruel final del episodio central.
Dejando de lado esa historia colateral, la primera historia es
más lineal, la segunda, Una larga jornada, más errática, como el protagonista.
Como un moderno y desnortado Ulises, cuenta el primer día de prejubilación, firmada
a regañadientes, de Gustavo, un exitoso periodista deportivo radiofónico. El
punto de conexión con el primer relato radica en que en un momento determinado
el periodista lee accidentalmente en un periódico que un diario publicó
ilegalmente el paradero de los asesinos del menor.
Gustavo protagoniza una serie de aventuras absurdas e
inexplicables para un hombre de su edad, aunque sin final trágico. ”Siempre
tenían la sensación de que iban a la deriva por medio del océano sin que nadie
los gobernase, como les ocurría a las personas en la vida, y sólo por azar
llegaban a puerto… los que llegaban”.
˂“Ir a dónde” dijo en voz alta (…) Quién puede huir de uno
mismo, pensó desalentado˃.
El punto de unión de ambos relatos, sin respuesta, es la imposibilidad
de encontrar explicación al devenir de las vidas. En el primer caso el barco a
la deriva se estrelló con la realidad. En el segundo estuvo a punto. Las
casualidades decantaron el resultado en uno y otro relato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario