Era hora de leer algo del uruguayo Juan Carlos Onetti, Premio Cervantes hace ya bastantes años, y le tocó este verano. Cuando decides por libre y sin consejo enfrentarte por primera vez a un autor, procuras elegir una obra breve, no vaya a resultarte indigesto.
El astillero fue la escogida. Describe la vana ilusión del dueño de un astillero abandonado que sueña con volver a reactivarlo en breve, misión imposible pese a que nombra a un nuevo Gerente General de oscuro pasado para reflotarlo. Los pocos altos empleados que quedaban se están dedicando a malvender como chatarra año tras año lo que no es suyo, pero así van tirando.
La lectura de Onetti exige concentración y relectura. El uso de paradojas es continuo y brillante, dejando perplejo a uno cada dos por tres por esas imposibles combinaciones de palabras.
“Fue bajándose con seguridad y torpeza del taburete”. “Pensó distraído en la mujer del traje de montar, imaginó el ímpetu, el hastío”. “Caminó hacia el mostrador con un medido aire de desafío, escondiendo su emoción hasta que lograra entenderla”
Al menos en esta obra, Onetti se alinea con el pensamiento existencialista. No solo la absurda (y onírica) trama de la obra lo avala, sino multitud de ideas que van salpicando el texto de cabo a rabo. No te costó asociar esa filosofía a la clásica imagen que tienes de Onetti recostado en una cama cuando concedió una entrevista a EL PAÍS.
“Siempre hay cosas que hacer aunque uno no sepa por qué las hace”.
“Lo único que queda para hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de otra, sin interés, sin sentido, como si otro le pagara a uno para hacerlas y uno se limitara a cumplir en la mejor forma posible, despreocupado del resultado final de lo que hace.”
“Estaba ahora en la Gerencia General, sentado frente a su escritorio, apoyando en la pared los hombros y el respando del sillón de espinazo flexible, descansando, no de la mala noche ni de lo que había hecho en ella, sino de las cosas, de los actos aún desconocidos que empezaría a cometer, uno tras otro, sin pasión, como sólo prestando el cuerpo”.
Casi a la vez que leías este párrafo te enteras de una nueva reorganización empresarial del departamento al que perteneces. Son tantos cambios ya, que cuesta no solo seguir el hilo, sin también manterse siempre en sintonía, siempre alineado, con uno y con lo contrario, siempre para optimizar, siempre para racionalizar, para ajustarse a no sabes qué. Tedioso si no fuera preocupante.
“Este no era el tiempo de la esperanza sino de la simple espera”.
“Siempre es dífícil hablar del amor y es imposible explicarlo; y más si se trata de un amor que nunca conoció el que escucha o lee, y mucho más si sólo queda en el narrador la memoria de los simples hechos que lo formaron”.
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