Carlos Dívar quiere morir con las puñetas puestas y haciendo la ídem a los ciudadanos bienintencionados, que quieres pensar que son la mayoría.
Es impresentable que se haya atrincherado en sus variadas disculpas, que no razones, aunque disculpa y razón son caras de una misma moneda, según el cristal con que se miren. Primero alegó que dimitir sería asumir una responsabilidad que no tenía. Después habló del daño que se estaba haciendo a la institución judicial, poder último del Estado en tiempos de paz.
Habría que decir que una dimisión no es un hecho de interpretación unívoca. Se puede dimitir por cansancio, por asumir una responsabilidad, por pérdida de confianza, también para defenderse con más libertad en determinados casos, para dejar campo libre al sucesor si el bombardeo sobre uno obliga a dedicar más tiempo a la autodefensa que a la gestión que encomendaron a uno.
El daño lo provocó el Presidente del Tribunal Supremo al transmitir a los españoles que su cargo era una patente de corso para fundir fondos públicos en sus intereses particulares, mejor privados, sin entrar en su conducta íntima, y allá él con quien y cómo le cuide la espalda.
El Rey se escaqueó de la foto para evitar la imagen del oprobio, el cazador de elefantes y el elefante cazado. Dívar no encuentra quien le mire. El Príncipe silba hacia el techo. Gallardón, el Ministro de Justicia desaparecido en combate, ejerce de esfinge con inimitable maestría. Él respeta la independencia judicial.
2 comentarios:
Me gusta el comentario y sobre todo la observacion de la fotografía.
julio
"La justicia es ciega y tonta del culo"El Jueves clavó la portada.
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