Son poesías muy breves, a veces de menos de una página que facilitan lecturas intermitentes.
Leer poesía en silencio es poco provechoso. Si no en voz alta, por lo menos tienes que susurrar el texto y, la mayor parte de las ocasiones, releerlo; esa segunda vez como si fuera prosa pero intentando coger el ritmo de los versos; la tercera y definitiva, captado ya el sentido a través de la lectura como prosa, buscando la cadencia del verso.
Encontraste sencillos los poemas de Salinas, Jorge Guillén, Emilio Prados o Manuel Altolaguirre, y en especial los de Gerardo Diego; populares los de Lorca; mundanos y polifacéticos los de Alberti; espirituales los de Dámaso Alonso y Cernuda; sorprendentes los del desconocido Domenchina; densos, duros, los de Vicente Aleixandre.
¿Recordarás alguno? La memoria es frágil y te seguirán sonando solamente los pocos que te sonaban antes.
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