
Por momentos el diálogo que mantienen en una barca entre la niebla (o la tiniebla) Dios, Jesús y el Demonio es de una altura teológica que hace preciso releer varias veces para poder captar, y no del todo, su significado. El Demonio incrementa su protagonismo, según avanza este evangelio, y apunta y apuntala la crueldad de Dios al rememorar o, mejor, anticipar el martirio del que los santos serán objeto y sujeto.
El libro termina, como es lógico, con la muerte de Jesús: "Ya no llegó a ver, colocado en el suelo, el cuenco negro sobre el que su sangre goteaba". No desvelas ningún secreto, cabe suponer que Jesús no resucite en su evangelio, aunque sí es materia de la novela la resurrección de Lázaro y la mayor parte de los milagros emblemáticos del Nuevo Testamento, que son tratados con gracia.
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