2016/04/08

EL INCENDIO

El reloj de la ovetense estación del Norte marcaba poco más de las cuatro y media de la tarde cuando los bomberos acababan de recuperar el cuerpo herido de su compañero como consecuencia del derrumbe del techo del viejo edificio de madera. Otro había quedado sin vida en el interior. Descanse en paz.

La primera noticia te llegaría hacia  la una de la tarde, cuando alguien habló en la oficina de un incendio en la calle Uría. Tú estabas enfrascado en trabajos administrativos urgentes de poca enjundia y no te sumaste al grupo de observadores que verías más tarde. No alteraste la rutina y marchaste a la hora prevista haciendo incluso una parada en un abrevadero, donde comentaste el incendio con algunos conocidos. En aquel momento parecía aparatoso pero de pocas consecuencias: humo y poco más.

Camino de casa, casi sin parar, señalas a un conocido el humo negro del cielo. Con su habitual suficiencia deja caer que algo están acometiendo mal los bomberos, que no acaban de extinguir el incendio:

- Llevan dos horas así.

Por la tarde, cuando sales hacia el trabajo, el olor a quemado es notorio y te acuerdas, no exactamente del incendio de 1521 en Oviedo, pero sí  de los habituales incendios de las casas de madera de la posguerra y del olor a quemado que no eran capaces de quitarse de encima los de aquella generación porque siempre quedaba algún rescoldo de una casa que acababa de arder. De aquella época nacerían los seguros de las casas contra incendios. Hace algunos años alguna placa informativa o publicitaria permanecía clavada a algunos edificios, pero ahora mismo no te das cuenta de ninguna.

Las dos rutas habituales hacia el trabajo están cortadas. Ya murió el bombero, pero tú no lo sabes. En la aglomeración de la calle Uría te encuentras con un lenense que suspira por un incendio en la vieja casa del pueblo por si pagan algo.

Recuerdas en ese momento que las llamas del incendio de  la estación de Fierros, en febrero de 1962, son la primera imagen de tu vida. Dicen que se inició por ahumar unos chorizos de la matanza, cubierta con un manto de solidario silencio.

Las primeras hipótesis (pero puede ser la lengua a pacer) del incendio de Oviedo hablan de unos focos halógenos incrustados en unos techos de madera. Al día siguiente, hoy, en la barra del bar trasladas la idea a un empleado de un tienda de productos eléctricos próxima, que cavila brevemente sobre la posibilidad de que fuera él el vendedor para descartarla de in inmediato.

En cualquier caso, bien extraño te parece que no teniendo que entrar a rescatar a ninguna persona atrapada, dos o más bomberos se hayan adentrado en el edificio recién quemado. Lo comentas más tarde con el zapatero cuando vas a recoger unas tapas. No todos los bomberos habrán tenido que acometer a lo largo de su vida un incendio de esas características y será difícil adquirir algún tipo de experiencia más allá de los periódicos simulacros. Se sabrá la verdad, pero una será la oficial-judicial y otra la que manejen internamente los responsables de Protección Civil. Esta será la eficaz para corregir posibles errores.

Las calles alrededor del incendio siguen cortadas y los autobuses urbanos alteran sus  rutas. Los viajeros perjudicados asumen con naturalidad lo ocurrido, pero si una incidencia obligara a desviar de su itinerario habitual un tren de viajeros, la empresa ferroviaria costearía los medios alternativos, so pena de oír el grito en el cielo de los viajeros que se verían tirados y abandonados a su suerte.

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