Sabidos son los melindres que los fetichistas se gastan con
los coches recién comprados. Por eso te gustó la anécdota que un conocido
compartió en el bar. El habló del coche y tú te acordaste del teléfono, que
poco tienen que ver entre sí. Viene a cuento lo del teléfono porque en tus
inicios ferroviarios los teléfonos metían tanto ruido que había que gritar a
modo para poder entenderse con el interlocutor. De recién casado tu mujer se
sorprendía (y reprendía –cariño-) por las voces que dabas al teléfono de casa.
- Es que estoy acostumbrado a los teléfonos de las
estaciones.
El del conocido era su primer coche. Corría el año 1967 y un
día acarreó a su madre. ¿Qué puertas estaría acostumbrada a cerrar? El caso es
que dio un contundente portazo, no fuera a quedar entreabierta.
El hijo la reconvino:
-
Cierra más suave.
Ella advirtió:
-
Si me lo dices otra vez, no vuelvo a subir a este
coche.
La madre murió tres años después y el hijo nunca se olvidó
del portazo y de una frase, que tampoco estaba de más, pero los recuerdos tienen
vida propia.
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