Si las previsiones meteorológicas que se publicaron durante el fin de semana pasado para los días siguientes no hubieran sido tan persistentemente catastróficas no habrías tenido necesidad de coger el viejo Fiat Uno de tu suegro para ir con tu madre a la compra mensual, médico, farmacia, etc.
(Es necesaria una precisión previa: el pueblo de tu madre tiene unas caleyas tan estrechas en algún punto que no siempre te atreves a llevar tu coche, que libra muy malamente, de ahí que en contadas ocasiones echas mano del utilitario de tu suegro cuando tienes especial interés en llegar hasta la misma puerta).
Las previsiones no se cumplieron pero la logística estaba en marcha, el coche apalabrado, aparcado en tu plaza de garaje desde la noche anterior y dispuesto para en la mañana del Martes de Campo iniciar la ruta mensual hasta las primeras estribaciones del Puerto de Pajares.
Haces la ruta prevista y te las prometes muy felices porque tu madre amasó un bollo de chorizo con el clásico huevo cocido central para que pudieras disfrutar en la capital o en sus proximidades, de la tradición ovetense de la Balesquida.
Cuando faltaban treinta kilómetros para la meta el marcador de la gasolina insistía en sus avisos, pero confiabas en que no tendrías problema para llegar. Estarías a ocho o nueve kilómetros del destino final y punto de entrega del vehículo, Lugo de Llanera, cuando aumentó ligeramente el ruido del motor y coincidiendo con una persistente rampa parecía que al Fiat le costaba mantener la velocidad. Por momentos dudaste si estabas en tercera o en quinta. Pasaste a cuarta, marcaste bien el movimiento de la palanca de cambios para que encajara la quinta y entró, culminaste la pequeña loma e iniciaste el ligero descenso, pero el coche no pasaba de ochenta, el visor de la gasolina seguía fijo, metiste cuarta para intentar ganar potencia, volviste a la quinta, ahora irías a setenta por la autopista, no sabías si seguir por el carril derecho o ir pisando el arcén, el coche no pasaba de cuarenta. Por más que mirabas en el salpicadero, en el volante y en todos los mandos, no dabas con el pulsador de emergencia, irías ya a treinta, por suerte estabas llegando a la salida de la autopista con una tranquilizadora pendiente, no pasarías de quince, igual daba pisar que no, el motor metía un ruido de mil demonios, terminaba la pendiente, final en llano hasta detenerse por posible inanición en el arcén. ¿Quedaría sin gasolina? ¿Calentamiento del motor quizá? Sería cuestión de dejarlo enfriar unos minutos.
Ya en parado conseguiste dar con el indicador intermitente de la señal de emergencia y accionarlo, puf, un alivio. Arrancas el coche pero aquello ni avanza ni retrocede. ¿Dónde estará el chaleco para salir? ¿dónde los triángulos? ¿qué seguro tendrá este coche y dónde estará el resguardo del recibo?
Rindió su último viaje antes de llegar al garaje de confianza, desde donde certificaron que el desguace no sería una alternativa descartable.
Todo por culpa del negativo y errado pronóstico meteorológico. ¿Imprevisión tuya? ¡ca!
3 comentarios:
Solamente se te ocurre a ti ir a Naveo con el coche de tu suegro.
Quizás no consideraste que no tenías autorización para conducir ese tipo de coche.
Y por otra parte,siempre es mejor "perjudicar"al coche del suegro que el tuyo propio.
Te das cuenta de los "puntos" que acabas de ganar con tu padre político?.
No nos dejes asi, al final supongo que fue que se quedo sin gasolina, porque los sintomas no dicen otra cosa, y si es asi no le eches la culpa al parte, ya que a quien se le ocurre andar tanto con el deposito en reserva y encima pretender dejarle el coche al suegro en reserva para que sea él el que tenga que llenarlo, claro la crisis, que era festivo etc,etc.
saludos desde Fuencarral
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