Lees el periódico, llegas a la viñeta de El Roto y quedas bloqueado sin poder pasar (de la) página.
Te haces la elemental pregunta ¿estás a favor o en contra de las cámaras de videovigilancia? Depende. En realidad las cámaras no son más que un mero instrumento, pero también una simple etapa en el viejísimo debate entre libertad y seguridad.
Las cámaras están ahí, aunque a veces solamente se coloca el aviso reglamentario sin que previamente se haya instalado dispositivo alguno ni el llamativo equipo de plástico conecte con cercanas o lejanas centrales de alarmas. A alguien se le ocurrió clavar el cartel únicamente para disuadir al novato en las artes delictivas.
Sin embargo, nunca se sabe si incluso quien está contra
ellas va a necesitar una grabación: porque se dude del cumplimiento de su horario de trabajo, porque sufra una agresión, porque necesite acreditar una presencia en un lugar y una hora determinados, a veces como ataque, a veces como defensa.
La paradoja es que incluso el acérrimo enemigo tiene que velar por su mantenimiento, sin que quepa alegar objeción de conciencia. Nada nuevo, eso nos pasa a todos varias veces a lo largo del día.
Ante los cambios, admiras a quien es capaz de anticiparse al futuro y adivinar consecuencias, aunque a veces los hechos vienen rodando y rodados, no se sabe desde dónde ni hasta qué lejana meta, si la hay.
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