Según llegas a la oficina tienes a un señor esperando por una bagatela, porque comparado con su vida, cualquier cosa es una bagatela. La palabra te retrotrae al tránsito entre la adolescencia y la juventud, cuando te afanabas en aprender los rudimentos de la lengua latina. Estudiabas entonces (¡ojo, en el Seminario!) a Catulo como paradigma de poeta, homosexual según se decía, cuyo poema más conocido comienza por los inteligibles términos de “odi et amo”: ese era su dolor y su dilema. Pues bien, en tu curso te tocó leer su serie de poemas “Nugae”, que traducíais entonces como naderías, bagatelas, tonterías, simplezas, esas palabras tan a destiempo cuando dabais vueltas sin parar a la trascendencia de la vida.
Ese señor de la mañana es el mismo que a veces te reconoce por la calle (“Vd. trabaja en la Renfe y venía a hacer fotocopias a Morès”), al que por eso mismo das algo, y las más de las veces esquivas si peligras encontrarlo a deshora, incluso entrada la noche, con la mirada hundida, del brazo de su madre pidiendo una limosna.
Ese mismo, en un breve intercambio de palabras, te indica que es esquizofrénico, que su padre murió en un accidente de tren en El Caleyo en el año 85 siendo obrero de CRISA. Entonces se ilumina esa bombilla que tienes en guardia.
Con alguien autotildado de esquizofrénico hay que andar con pies de plomo. Así y todo le preguntaste mientras hacías como que anotabas unos datos:
- ¿Su padre era sordo?
- No, eso dijeron en el juzgado.
Y no quisiste inquirir más.
Entonces se te representó la sala de vistas de la Audiencia Provincial de Oviedo que, como recién licenciado en Derecho, visitabas algunas veces con la única intención de aprender algo. Sin conocer el orden del día, una mañana cualquiera tuvo lugar la vista del juicio por el arrollamiento de un obrero de una contrata por un tren de Cercanías que no paraba en esa estación.
Te quedará para siempre el debate sobre el meollo de la cuestión. Todos los indicios apuntaban hacia la sordera del operario, pero el debate era si el maquinista había adoptado todos los mecanismos de seguridad, es decir, si había previsto que el obrero que estaba trabajando en medio de la vía y no se apartaba pese a los desesperados pitidos del tren, podía ser sordo.
Desde entonces aprendiste la lección y durante años, mientras tuviste que asistir a maquinistas en sus declaraciones en los juzgados, les decías “tu pitaste y simultáneamente frenaste utilizando todos los medios de seguridad, incluido el freno de emergencia”. Si te preguntaban por qué lo de frenar con tantísima antelación, les contabas que nombre y apellidos del maquinista de El Caleyo que resultó condenado por no suponer que el obrero de CRISA podía ser sordo. La indemnización civil la pagó la Renfe, pero la sanción penal la sufrió el maquinista.
Si aquella fatídica muerte colaboró en la esquizofenia de su hijo es imposible saberlo. En cualquier caso, el asunto que motivó la matinal visita, una bagatela.
1 comentario:
Interesante.
Publicar un comentario