
La norma tiene su lógica: la ciudad no es solo para los hosteleros ni para quienes frecuentan las terrazas; hay que permitir que las personas de movilidad reducida accedan a todas las terrazas de la ciudad. A destacar que la ordenanza se aprobó con la unanimidad de todos los grupos políticos con representación municipal.
Alguna patronal se queja de la pérdida de puestos de trabajo que conlleva la nueva regulación, pero es posible que a medio plazo los hosteleros y la clientela se adapten y busquen nuevos espacios en calles de aceras más anchas donde las terrazas resulten practicables y rentables, con lo que los empleos y los negocios cambiarán parcialmente de ubicación, como tiene ocurrido por efecto de las modas.
La ordenanza, aplicada indiscriminadamente y sin excepciones, lleva a absurdos que no vas a detallar porque estás pensando en localizaciones concretas. Estás seguro, además, de que se acabará dulcificando a no tardar mucho.
Con todos los largos prolegómenos anteriores, solamente querías reflexionar en voz alta sobre la resistencia al cambio, en particular la resistencia mental, cómo uno se parapeta contra las innovaciones y cómo pasado un tiempo las normas más absurdas se acomodan en nuestras mentes; claro que el tiempo no aporta un plus de racionalidad a la norma absurda. Las normas serán razonables per se, no por su tácita aceptación.
¿Esta lo es? Habría que ponerse de acuerdo sobre la razonabilidad.
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