Hasta la mitad de la paginación, Nosotros los Rivero te
pareció una novela ñoña en el fondo y simple en la forma (La señorita Quintana era el clásico tipo de solterona de clase media
del primer cuarto de siglo: parásito de la hermana casada, alcahueta de los
sobrinos, sentimental, inocente, un poco cursi) de una densidad inferior a la
de otras novelas de autores españoles vivos, pese a lo cual mereció el premio
Nadal en 1952. Sin embargo, rebasado aquel umbral, fue ganando en emoción hasta
el punto de que según avanzaba seguías un ritmo de lectura uniformemente
acelerado.
La obra tiene un interés innegable para los que llevamos
durmiendo en Oviedo desde los diez años con algún paréntesis, y es que los
escenarios son perfectamente reconocibles (la plaza de Porlier, la Universidad,
la Catedral, el nuevo edificio de la telefónica), también el ambiente histórico
y social, que culmina con la revolución del 34.
Los personajes están bien perfilados comenzando por el señor
Rivero, trotamundos que se acabó refugiando en el escritorio de su comercio,
último reducto de un pasado entre vivido y soñado. De su estirpe sale Ger, preparado por su madre para triunfar como abogado, que sin embargo se embarca en una lucha revolucionaria con final más negro que enigmático; Lena, con su arrebatos místicos o literarios; por el contrario, el final de la señora Rivero, muerta de muerte natural durante el octubre revolucionario, no merece unas líneas que nos despejen siquiera si pudo celebrarse algún mínimo sepelio.
Todos se van despojando de su historia comenzando por el
fundador de la corta saga, pero también la familia antera al declararse la ruina del
edificio donde ejercían la compraventa de mercaderías varias. A la vez, todos
intentan volver al pasado. De hecho la novela comienza con un fugaz regreso de Lena y termina con la
marcha seguramente definitiva.
Interesante la tensión entre la rama paterna-Rivero
soñadores y universales y la materna-Quintana, conservadora, convencional,
pegada al terreno (a la quintana, quizá el nombre…/por el contrario Rivero recuerda
el río, barco, movimiento) seguramente la misma que se produce en cualquier
familia que se precie, donde tan fácil se distinguen genes y caracteres que se niegan a la fusión.
1 comentario:
Me entró gana de leerla.
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