Estás en la mañana del domingo recién finalizada la lectura
de Nosotros los Rivero, ambientada en el casco viejo de Oviedo alrededor de los años treinta. La familia
protagonista acaba marchando de su céntrica vivienda y comercio de la calle San
Francisco, frente a la Universidad, hasta la más discreta y descendente (¡hasta
eso!) calle de San José. Tienes bien trillados la mayor parte de los escenarios
de la obra, no tanto la calle San José. Hay que colmar inmediatamente esa
laguna.
Te ves en la necesidad de encaminar tus pasos hasta la calle e imaginar la ubicación de la destartalada casa donde la señora Rivero
terminó tristemente sus días y donde la familia se desintegró casi físicamente.
A juzgar por alguna descripción de la novela, que recuerda la proximidad de la muralla
y la diferencia de alturas de viviendas próximas, supones que se elevaría donde
la actual casa sacerdotal, residencia de curas jubilados, aunque también podría
ser en los números opuestos.
Finalizada la excursión, atraviesas el arco de San Vicente, donde
los sin techo o sin comida esperan el triste turno de la cocina económica mientras unos
metros más allá, en la calle Gascona, reina la algarabía del festival de la sidra con
bocadillos, abundancia y alegría pese al aguacero.
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