El siglo de las luces es el libro de las idas y las vueltas. Comienza con la relajada vida de varios jóvenes criollos en el Caribe, que como consecuencia de la Revolución Francesa y otras peripecias, pasan a Francia, pero retornan nuevamente al Caribe, para acabar sus días en el Madrid de mayo de 1808.
Es un libro de fácil lectura, pero como la acción se desarrolla en ocasiones en travesías oceánicas da la impresión de sufrir los sufrir los embates y bandazos de la mar y de una vida no siempre meditada, sino movida a impulsos por unas Ideas (remarcadas muchas veces en sugestivas y enigmáticas mayúsculas) que llevan a fines y finales inesperados, como muchas revoluciones, en las que la Idea resulta arrollada por la Acción.
No hay personajes de una pieza. Quien comienza enfermo acaba robusto; el/la fiel, infiel; el revolucionario, aburguesado; el manso, terrible; el clarividente, aturdido; el íntegro, corrupto (“traficante de la roña”); el intransigente, tolerante y el tolerante intransigente; el liberal, liberticida, el soñador, fracasado; el objetivo, apasionado; el devoto, masón; el clarividente, ciego.
Un libro de constantes contrastes en el que los personajes se sumen en constantes contradicciones.
“Cuando se ha trabajado en hacer revoluciones es difícil volver a lo de antes”.
“Seguía el Comisario desempeñando su papel con implacable rigor, apurando a los tribunales, sin dar tregua a la guillotina, remachando retóricas de ayer, dictando, editando, legislando, juzgando, metido en todo, pero quien bien lo conocía se daba cuenta de que su excesiva actividad era movida por un recóndito deseo de aturdirse”.
“No sé lo que pensarás de mí. Acaso que soy un monstruo. Pero hay épocas, recuérdalo, que no se hacen para los hombres tiernos”.
“Nada resultaba tan anacrónico, tan increíblemente resquebrajado, fisurado, menguado por los acontecimientos, como El Contrato Social. Abrió el ejemplar, cuyas páginas estaban llenas de admirativas interjecciones, de glosas, de notas, trazadas de su mano –de su mano de antaño-.”
“Esta vez la revolución ha fracasado. Acaso la próxima sea la buena. Pero, para agarrarme cuando estalle, tendrán que buscarme con linternas a mediodía. Cuidémonos de las palabras hermosas; de los Mundos Mejores creados por las palabras. No hay más Tierra Prometida que la que el hombre puede encontrar en sí mismo”.
“Sofía lo besó, como cuando era niño, arropándolo en la hamaca: ‘Piense cada cual lo que quiera, y volvamos a ser los de antes’, dijo al salir. Esteban, al quedar solo, se dio cuenta de que eso era imposible. Hay épocas hechas para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus”.
“Varias veces Esteban había visto morir a un indio, a un negro: para ellos las cosas ocurrían de muy distinta manera. Se postraban sin protestas, como bestias malheridas, cada vez más ajenos a cuanto les rodeaba, cada vez más deseosos de que los dejaran tranquilos, como resignados de antemano a la derrota final. Jorge, en cambio, se crispaba, alegaba, gemía, incapaz de aceptar lo que ya se había tornado evidencia para los demás. Tal parecía que la civilización hubiese despojado al hombre de toda entereza ante la muerte, a pesar de cuantos argumentos hubiera forjado a través de los siglos para explicársela lúcidamente y admitirla con serenidad.”
1 comentario:
Muy bien traído a cuento.
Acerco Fontanier
Publicar un comentario