El paréntesis del primer párrafo es un guiño a un estilo muy peculiar de Roberto, que echa mano profusamente con efectos sorprendentes y contradictorios de esta muletilla: (des)hacer, (des)encantados, (des)información, intereses(ados), mal(in)formado, (con)formadora, (re)suenan, (a)cometer.
La obra se deja leer muy bien, no le faltan golpes de humor, y cuenta en paralelo la experiencia del autor como (des)masón, si se te permite también a ti el juego, y algunos apuntes sobre la historia de la masonería y sus fundamentos.
Siendo la finalidad de los masones las construcción personal del hombre (de ahí las herramientas a las que asociamos la organización) no son de extrañar las frecuentes alusiones a la filosofía y a la ontología, pero fustigando a conciencia la masopalabrería y la masoestética cuando las medallas y los mandilones se conviertes en fines en sí mismos.
Gracias al libro te acercaste a ese curioso mundo de los talleres, las capitaciones, los salarios (que son otra cosa), la plancha de quite, la posición al orden (la mano sobre el cuello y el antebrazo levantado), las tenidas,...
Finalmente, como en cualquier humana (des)organización, el desencanto burocrático, las peleas, el mísero dinero, los favores, las facciones, las críticas, las puñaladas,...conforman una imagen de la masonería muy similar en sus defectos a cualquier otra agrupación humana.
¿El dudante Buridán masón?
“Lo que se aprende en la primera fase del camino masónico no son tanto coreografías de pasos y palabras sino el valor de la observación penetrante que lleva a la duda y a la crítica. El verdadero valor del ciudadano masón es la duda, la capacidad de cuestionarse, con criterio, cuanto ve y oye”.
Te queda por saber de qué se hablaba en las reuniones, en qué consistía el camino de autoconstrucción, pero eso posiblemente forme parte del secreto masónico.
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