Por ejemplo, empezarías por el Teatro Campoamor, punto de encuentro, en uno de cuyos laterales se levanta el heredero de aquel carbayón que murió, como glosa el suelo de la calle Uría, bajo el hacha fratricida de nuestra Corporación.
Cruzando un semáforo llegarías a la Plaza de la Escandalera, donde podrías saludar discretamente a tu señora si coincide cerca de la ventana en ese momento, pero sería raro porque estaría embelesada en algún cuadro de amortizaciones.
Después, cruzando la calle Uría y el correspondiente paso de cebra, llegarías al parque San Francisco, delimitado en su parte inferior por el Paso de los Álamos donde quizá informarían del machacado mosaico artístico que tanto pisas y pasas (hoy por ejemplo camino del Fontán en busca de la botella de sidra y el pincho de picadillo) obra de Antonio Suárez, pero eso no sería lo más relevante.
Mientras se concentra el grupo de turistas, ves a un paseante foriatu (quizá ilustrado en un grupo precedente o a saber en qué fuentes) participar a su compañera sin detenerse:
- ¿Sabes qué es lo más conocido de este paseo, que llaman el Paseo de los Álamos? Los puestos de los helados.
Como estabas en una esquina, de espaldas al parque, instintivamente diste la vuelta para comprobar que, efectivamente, los quioscos de los helados eran lo más destacado del Paseo de los Álamos.
Estas y otras muchas cosas podrías haber aprendido si te apuntaras a la veraniega excursión.
https://www.youtube.com/watch?v=Hsuln0VQJns
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