Un concierto de piano es una buena ocasión para meditar sobre la música, la cultura, las minorías, las aficiones, las costumbres e incluso sobre la reforma del Museo Arqueológico, invisible desde el exterior y sufrida visualmente desde el patio interior. Algo te sonaba Juan Barahona pero que no te pregunten más: Barahona, pianista. Punto. Te dijiste: no todo va a ser deambular por las sidrerías.
Nunca habías asistido a un concierto en el claustro del Museo Arqueológico. Tu ubicación, era inadecuada a conciencia. Llegaste diez minutos antes de la hora y eso que pensabas estar cometiendo un exceso. Piano y pianista se situaron en una esquina y tú ocupaste uno de los pasillos ciegos, con lo que pudiste hacerte una idea de cómo es la música para un invidente: no ves si el pianista gesticula ostentosamente o a lo Buster Keaton, si hace muecas o aspavientes o si inclina muy levemente o roza el suelo al recibir los agradecidos aplausos.
Mientras va fluyendo la música, aplaudes cuando toca, no antes (horror) e imaginas el anochecer de Oviedo como lo vería un monje que paseara por el claustro de un convento.
Tú estarías despistado porque no te percataste de lo mismo que el crítico, que descubrió en una sonata de Mozart cómo las indicaciones de tempo de los movimientos parecían volverse transparentes en las manos de Barahona. Tampoco percibiste que las respiraciones efectistas no finalizaban las frases sino que anticipaban el desarrollo del discurso. Como estabas del salón en el ángulo oscuro aplaudiste por cortesía pero no porque detectaras en los Nocturnos de Chopin una definición puntillista del contorno melódico en equilibrado juego con la mano izquierda. Únicamente comentaste con tu compañera de asiento, jubilada del ferrocarril y melómana, que parecía que tenía más de dos manos, pero hasta ahí llegó tu atrevimiento crítico.
Llegaría más adelante, interpretando a Liszt, la cualidad sinergética (no vale sinérgica, es lo siguiente) capaz de transformar el caos en orden.
Saliste contento del concierto pero si llegas a leer antes la crítica musical, te abrumas y no entras.
1 comentario:
No te corte, fiu, que la música se aprecia con los oídos y se deleita con el corazón. El gusto se va educando con el tiempo y ya con los MP3 podemos disfrutar de la música que nos gusta en cualquier parte y en cualquier momento. Pero un concierto en vivo es algo más que música, la emoción se comparte.
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