2014/07/31
VIVIR PARA CONTARLA, de Gabriel García Márquez
Reciente la muerte de García Márquez y de Ana María Matute, pasaste por la biblioteca para elegir sendos libros como pequeño homenaje para tus vacaciones veraniegas.
Del colombiano ibas pensando en El amor en los tiempos del cólera o alguna otra de sus obras grandes todavía no leídas, pero no estaban disponibles en la biblioteca pública, de manera que Vivir para contarla te pareció una buena opción. La solapa anuncia con comprensible exageración comercial, que es probablemente el libro más esperado de la década. Añade que en este apasionante relato, el premio Nobel ofrece la memoria de sus años de infancia y juventud, aquellos que, con el tiempo, darían lugar a algunos de sus relatos y novelas. Esto puede acercarse a la verdad o a la verdad creída y creada.
Esto es cierto: Gabo, Gabito, Gabriel (que así se hace llamar en diferentes etapas de su vida) recrea a su gusto los años que trascurren desde alguna generación antes de su nacimiento hasta el novelesco aterrizaje en Ginebra para un trabajo periodístico de unos días, que se convirtió en una estancia europea de años. Tampoco hay que creerle demasiado porque su memoria es doblemente fabulosa, creadora de un realismo mágico o, como anuncia en algún pasaje, sobrenatural.
García Márquez juega a hacernos creer en una permanente vida nocturna, parrandera, que da lugar a hilarantes casualidades de las que saca siempre descomunal partido desbaratando las probabilidades previsibles. No sabes cuanto de cierto hay en sus obras, incluso en esta misma cuando confiesa la superstición “de contar una historia y escribir otra distinta para que no se sepa cuál es cuál”
Confiesa su devoción por el cuento y el reportaje periodístico como muestras superiores de la literatura y abomina de las entrevistas como sujeto activo y como sujeto pasivo, en paralelo con la incómoda resolución de los diálogos de sus novelas. Defiende el cuento por su virtualidad radical de eliminar palabras inútiles y hechos superfluos hasta dejarlos en la pura esencia, directriz que te puede ser muy útil para ese concurso de cuentos al que últimamente acudes como jurado.
Acabas creyendo que no fueron casualidad sus palabras en aquel Congreso Iberoamericano de la Lengua cuando cargó contra el opresivo corsé de la ortografía hasta el punto de reconocer que sigue una ortografía holandesa.
Huye de los adverbios terminados en mente y a lo largo del libro incluye novedosas querencias o fobias estilísticas.
Quedas con gana de releer La hojarasca o El coronel no tiene quien le escriba o acometar alguna obra virgen para ti. Lo propio ocurre con autores que le sirvieron de modelo com Faulkner o Joyce, pero esto son palabras mayores por la conveniencia de leer y releer con papel y lápiz a mano.
Por lo demás, aquí queda una muestra de sus sorprendentes paradojas que te obligan a múltiples relecturas de frases maestras: A ambos nos interesó más que todo la franqueza de sus reservas, porque las usaban como confirmaciones sesgadas de sus elogios. O Era de una pobreza absoluta y de una timidez de codorniz, que trataba de contrarrestar con una altanería insoportable y una franqueza brutal. O Compartir con un mago la rutina diaria fue como descubrir por fin la realidad. O Nos tomamos tres tazas mortales de café y nos fumamos juntos medio paquete de cigarrillos bastos buscando a tientas el camino para conversar sin hablar.
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1 comentario:
¿Abonima? ¿acometar alguna obra virgen para ti?
Entiendo que lo virgen siempre nos pone nerviosos, nos crea inseguridad. La virginidad siempre fue muy valorada, desde la antigüedad -recordemos las vestales y su importancia en la vida pública- hasta la actualidad. La virginidad despierta el morbo, sea una obra virgen, una selvas vírgen, o una virgen salvaje.
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