Hace más de un año un entonces desconocido te prestó un libro que llevaba por título el de esta entrada. Es el pueblo natal de tu padre.
Lo leíste entonces con mucho interés y tanto te gustó que todavía permanece en tus estanterías (aunque hiciste ofrecimientos de devolución, que conste). Te enteraste de una segunda edición aumentada y te hiciste con una. De esa forma puedes meterle el lápiz. Aclaras que eres incapaz de leer un libro cualquiera sin un lápiz a mano por si hay que subrayar o marcar algún párrafo, alguna palabra, poner un signo de admiración o un interrogante (si algo no entiendes) o dos (si no estás de acuerdo con un pasaje determinado).
En estas vacaciones veraniegas lo leíste por segunda vez, ahora sí con lápiz para señalar. Respetuoso con el título, el libro se compone de esas mismas tres partes, pero como nace con la idea de ser un compendio general del pueblo, al hilo de la lengua o de la toponimia, incluye costumbres, tradiciones o refranes aprovechando lo del Pisuerga, táctica similar al libro de los pueblos de Lena que también acabaste de leer estos días y del que ya no comentarás nada aquí por no reiterarte. Lo reservas para comunicar las impresiones directamente al autor.
Volviendo al libro de Calzada, el capítulo histórico te parece realmente brillante y el de la topoinimia, interesante. Encuentras un poco más descompensado el de la lengua, pese a ser la especialidad del autor, pero es justamente este capítulo el que te recuerda esas palabras que tu padre decía y que a casi nadie mas vulviste a oir: alipende, gerol, mosquilón o apartar. Frases como “menudo alipende estás hecho”, que no hace falta traducir; estar de mal gerol, que tampoco es necesario aclarar; te voy a dar un mosquilón, lo mismo; y “apartar” como sinónimo de servir la comida: “me voy a apartar las patatas” o “te aparto esos cachos de carne” o “¿ya apartaste?”.
Otro recuerdo. Parece que no solo de Calzada, sino de toda la zona, es habitual la epéntesis: alimpiar por limpiar, abellotas por bellotas, acribar por cribar. A la mente te vienen esos meses de muy grato recuerdo pasados en la estación próxima de El Burgo Ranero, donde trabajaste como factor de circulación en el año 77 ó 78. Como la actividad era escasa y las estaciones son un atractivo (un atrayente) muchas mañanas te acompañaba un joven con una deficiencia síquica que te obsequiaba con unos ajos y cuando le preguntabas si no iba a la escuela, decía que no, que era asunormal. Dicho sea con todo el cariño. Entonces no sabías qué era la epéntesis.
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Por error imperdonable, en la entrada original no se mencionó al autor. Se corrige con mea culpa en entrada del 27 de agosto de 2014
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