Te gustan los escritores leoneses, pero los lees poco.
Llamazares es uno de ellos. Muchas veces el marco de sus
relatos se sitúa en el norte de la provincia de León, de
la que proviene, esa zona que se parece a Asturias por los paisajes verdes y a
Castilla (los leoneses actuales no aceptarán nunca esta aproximación) por el
clima.
Llamazares se remonta al pasado, a un pasado que conoció o que
le contaron, y esa vuelta al pasado es una fuente segura de inspiración. En
este caso, vuelve nuevamente a la desaparición de su pueblo bajo las aguas del
pantano, ese pantano en el que trabajó el ingeniero y escritor Juan Benet, que
cierra el libro con frases de significado ambivalente.
La estructura del relato es original. Acaba de morir el
abuelo, oriundo del pantano. El abuelo tuvo que reubicarse en un nuevo poblado
de la meseta, y sus cenizas vuelven a la tierra que le vio nacer, ahora cubierta
por las aguas. Sus hijos, sus nietos, los yernos y las nueras, las parejas y ex
parejas de los descendientes son testigos del último viaje de las cenizas y
describen las distintas formas que cada uno tiene de mirar el agua que tragará
las cenizas.
Leíste este libro nada más terminar otro de Antropología de
Asturias y ambos coinciden, con distinto estilo –uno novelado, el otro
analítico- en describir esa forma de vivir campesina perdida e irrecuperable.
Por lo demás, los distintas vivencias autobiográficas de los
diferentes relatores, dan certeras pinceladas sobre las relaciones familiares,
el recuerdo cercano o borroso de los abuelos, el arraigo a las distintas zonas
en las que uno vivió o en las que vivieron los antepasados, el difícil
equilibrio que toca mantener en los actos fúnebres cuando las situaciones
familiares y de pareja son tan variopintas…
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