Dejaste escrito, seguramente más de un vez que, que tienes la costumbre de leer con un lápiz a mano para poder subrayar o marcar con un trazo vertical algún párrafo o alguna frase que te sorprenda, hasta el punto de que si tienes libro y olvidaste el lápiz no emprendes la lectura, salvo que una impaciencia imperiosa te empuje a ello, pero en ese caso, si encuentras algo interesante, doblas la página por una esquina para poder, ahora sí, trazar la marca con el lápiz en cuanto te proveas de él.
Esa (fea) costumbre la mantienes incluso con libros de la biblioteca pública y ajenos, aunque tienes la precaución de aplicar la goma para borrar las huellas antes de devolverlo o dejarlo en el mostrador como si nada hubiera pasado. Otros lectores anteriores no guardaron esa cautela y las marcas llegan a los lectores siguientes, lo que te da ocasión para pensar qué diferentes son/somos los lectores: unos tienen que leer en silencio (tú mismamente), otros se concentran en cualquier ambiente o simplemente no necesitan concentrarse; unos leen por la noche, otros necesitan luz natural; unos leen en un sillón, otros ante un escritorio,… pero estimas accidentales estas diferencias, porque, a lo que ibas, lo sustancial es que hay a quien un texto no le dice nada y a otro le dice mucho por sublime o por rescatar de la memoria una vivencia olvidada.
En este libro que acabas de terminar alguien destacó “permitieron identificarlo como el sujeto que había tenido enfrente en el tren cuatro o cinco días antes”, o “un pobre tenor” o “últimos ensayos para el estreno del Otello de Verdi” o “Hieronimo Manur, el banquero de Flandes” o “por ese motivo me casé con Natalia Monte y salvé a su padre de la ruina”.
Tú, por el contrario, te fijaste en “Quizá fuera eso lo único que le faltara en la vida: que sus deseos fueran entendidos y cumplidos sin necesidad de hacerlos saber” o “todo me resultaba extrañamente conocido y ajeno, o íntimo y reprobable, desde el porte pretencioso y ridículo de los habitantes hasta la cochambre y la asfixia de casi todas las calles” o “Yo me habría despertado aquella noche adivinando la muerte con mi pensamiento dormido, y entonces la habría despertado a ella para que no muriera tan angustiosamente, para que no muriera tan sólo en sueños”.
Hay otros muchos subrayados por parte y parte. Según leías no encontrabas la justificación para las marcas del lector precedente, pero ahora que te detienes en ellas y las lees seguidas, te das cuenta de que señalan y aclaran datos decisivos para la comprensión de la obra, que ya has mencionado días atrás y volverás a comentar.
1 comentario:
Nunca me gustó leer de prestado. Pudiendo comprar la obra, subrayo a gusto. Y es que un libro prestado o es propio, pero ya no se tienen muy definidos los límites entre lo propio y lo ajeno. La propiedad privada es un concepto muy discutido: lo tuyo ¿es tuyo? En la biblia se repite mucho la palabra compartir, poner en común. Pero la avaricia alcanza también a los más pudientes, como Pujol y la infanta, pero claro, la pobrecita no se enteraba de nada ¿se enteraba de algo en la Caixa?
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