Tienes la impresión
de que pese a odiar Javier Marías (a) Madrid, la convierte en escenario de la
novela, adonde el protagonista llega como un extraño, y como tal se siente. De antiguo
vienen las diatribas contra Madrid que periódicamente suelta en artículos
dominicales: “el tráfico indisciplinado –regido por malhechores- lleno de taxis
siempre, los bares incomprensiblemente atestados a las horas más impropias,
desde la vociferación y los modos bruscos hasta las anacrónicas fachadas de los
cines con inmensos carteles y los omnipresentes camiones de la basura”.
El protagonista es
el hombre sentimental, pero potentemente sentimentales son todos los actores de
la obra. Ya dejaste nota de una frase del potente, potentado y prepotente Manur:
“quizá fuera eso lo único que le faltara en la vida: que sus deseos fueran entendidos
y cumplidos sin necesidad de hacerlos saber”, eso es aspira a un omnipotente poder
(senti)mental.
Decías
que el protagonista era un hombre sentimental, un tenor en su apogeo que después
de arrastrar internamente sus penas infantiles y juveniles, un buen descubrió su torrente de voz y pudo
resarcirse de una infancia acomplejada y traumática. Un tenor que sueña con el
éxito y que lo consigue y a partir de ahí intenta dominar la vida que trascurre
en sus sueños, un hombre que vive y sueña con ensayos y actuaciones, pero al
ensayar y actuar se transporta a otros mundos en un incesante vaivén del
escenario al mundo, del sueño a la vida. “Por eso tal vez esta historia o
pasado o fragmento de vida me parece más verosímil una vez que ha dejado de ser
solamente realidad y es un sueño también a partir de hoy.”
Se
agradece que a veces el autor recuerde lo que está contando para aclarar si
está viviendo un sueño o la realidad: “comprendo que confesar esto puede hacer
muy mal efecto y restarme vuestras simpatías, pero también aquella puta ha
aparecido en mi sueño de esta mañana, que es lo que os estoy contando.”
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