Pasaron los Premios Príncipe de Asturias, sus pompas y sus discursos; pasó tu intención de escribir algo sobre la relación entre los actos culturales y la peluquería, pasaron las escuchas de Obama a Merkel y a Rajoy (que seguramente no estarían a cargo de Obama en persona) de tan diferente significado, pasó el partido a deshora entre el Madrid y el Barcelona sin merma de pasión, pasó el calor y se asomó el invierno, pasó todo eso y no escribiste nada y ahora ya es tarde porque el traicionero grisú inundó la mina leonesa hoy más hermana que nunca y lo empapó todo de muerte y pena.
En un santiamén se llevó al novio de Marta, al que no conocías pero los veías felices en el Facebook en sus estancias en Malveo, sus excursiones en moto por Asturias, por las pizarras bercianas o por ese precioso norte de León tan verde, con sus ríos trucheros y sus montañas blancas desnudas.
Llegó el grisú y arrasó proyectos de escritura y, lo que es peor, de vida.
1 comentario:
A tocado así: en el anterior post estabas latente la muerte al referirte a las penas de prisión de los prisioneros de ETA, en éste también está presente al referirte al grisú. En el primer escrito se liberaba a alguien que tuvo la voluntad de quitar la vida, en el segundo alguien no tuvo la voluntad de conservarlas. Novios o maridos, padres o hijos, hermanos o cuñados han perdido la vida. Nunca es tarde para plantearse si la vida es el precio que hay que pagar por unas negociaciones ¿es rentable explotar esas minas, con ese carbón, con esa calidad, con esa producción, con esas subvenciones, con esos salarios, con esas jubilaciones, a esas edades? Es vocación por la mina? ¿Son los riesgos que se asumen? ¿Merece la pena? ¿A cuánto sale la tonelada sacada de esa la tierra? ¿Cuánto vale la vida del minero?
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