
Por los alrededores de la estación se fueron diseminando vidrios y plásticos de cerveza y junto a las vallas de control quedaron apiladas las postreras esperanzas de subir al tren con algo de alcohol. El cacheo policial final disuadió de las últimas tonterías. Las masas azules, ataviadas con mascarillas, autocalentaban el ambiente con sus típicos cánticos. Había quien decía que las mascarillas eran una provocación, o que estaba fuera de lugar corear “puta TPA” o pareados nada simpáticos para Areces y Gijón. Se vio subir al tren a ocho antidisturbios por si había que calmar ánimos.

¿Se puede concebir el fútbol sin esto? ¿Alguien piensa que en el fútbol hay que estar como en misa?
Cuando a las diez y media regresa el tren, los hinchas van saliendo en silencio hacia la calle Uría y se disuelven pacíficamente. No hacía falta preguntar quién había ganado y quién perdido.
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