2007/03/01

MI VIDA Y LOS VALORES

(Dedicado a Pepe o de cómo los valores y las preocupaciones son tan cambiantes)

De acuerdo con lo prometido y autoprometido, tengo que escribir algo sobre los valores. La lectura que Toño nos propuso esta semana (que a estos efectos comienza el viernes) da mucho juego. El sociólogo Javier Elzo plantea unas cuestiones muy sugestivas y tiene la valentía de bajar a la arena y concretar.
Cuando leí el artículo de Elzo y la propuesta general de Toño se me amontonaron las ideas y no supe por dónde empezar. Hoy ya es jueves, de manera que estamos en el último día de estas particulares semanas y es hora de ir definiendo.
Empezaré diciendo que la primera vez que pensé en los valores, yo, y supongo que la mayor parte de la gente, sería alrededor de los quince años. A esa edad la mente humana ya está suficientemente desarrollada, ya se pensó en la propia finitud y en la propia muerte (que desarrolla y espabila mucho) y ya hubo oportunidad de plantearse cosas. Los quince años son una buena edad para comenzar a debatir con compañeros y amigos sobre asuntos serios: el hedonismo, la eutanasia/el aborto, el fin y los medios, etc. en definitiva, grandes temas que seguramente estamos en edad de darles vueltas todavía, porque a lo largo de la vida damos bandazos y, por seguir con los tres casos anteriores, a veces pensamos que lo importante es pasarlo bien y otros pensamos que hay otras cosas (otros valores) por encima; la eutanasia y el aborto, que nos plantean el debate entre el derecho a la vida y el derecho de otros a ser felices (simplifico); y el fin y los medios, que a veces defendemos los medios ilícitos y otros no, o depende. En resumen, grandes temas sin resolver.
Pues bien, esos debates, que en mi caso (que seguro no es nada especial) comenzaron a los quince años, están en plena efervescencia hasta los dieciocho, en que hago un paréntesis. A esta edad se vuelve uno (me volví yo) más práctico, quizá más preocupado por cuestiones concretas, como dicen los cubanos, por resolver.
Ahora va mi segundo encuentro con los valores, que tuvo lugar cuando estudié la asignatura de Derecho Natural en primero de Derecho. Fue una materia que cogí con manía porque el profesor era un plasta, como yo. Precisamente por esa manía, porque la estudiaba sin intentar entenderla, resulta que aprobé todo segundo y seguí pendiente con el Derecho Natural de Primero. Para ese entonces ya empiezas a estudiar cosas concretas a las que ves más utilidad, la redacción de un escrito, la tipificación de un delito, la concreción de una pena, y el Derecho Natural te parece filosofía en el mal sentido de la palabra.
Héteme aquí que hubo un momento en el que intenté entender la materia. Apliqué la teoría, contraria a todo el mundo, de que el derecho no es de empollar, sino de entender (Haced la prueba, leer cualquier texto jurídico, mismamente las obligaciones de un trabajador en el Estatuto de los Trabajadores; si acabáis entendiendo por qué son esas y n otras, será más fácil entenderlas, aunque mañana venga un decreto-ley y las cambie; vuelve uno a intentar comprender los cambios y se acordará de lo nuevo). En definitiva apliqué ese criterio a la asignatura. Y ahí apareció ya el mundo de los valores, de la axiología, con nombres como Rickert o Scheler, y otros de los que ya ni me acuerdo. Claro que tampoco me acuerdo de lo que decían estos que cité, pero sí que te va guiando hasta donde te quiere llevar, que es el debate sobre qué es el Derecho Natural y si existe, y qué pasa si entra en contradicción con el Derecho Positivo o legal y cómo se conoce el Derecho Natural y si es lo mismo para un italiano que para un español que para un zulú.
En ese momento caí de la higuera: el Derecho no era solo la letra pequeña o de si para un recurso había cinco días de plazo o siete. Eso cambia, lo importante es el conceto (Pepiño Blanco), lo que está detrás, el valor.
Fueron pasando los años y llegamos a quinto. Y ahí me volví a topar con la Filosofía del Derecho, de manera que nuevamente me encontré con los valores. Aquí enlazo con Javier Elzo en su primera respuesta cuando habla de la perspectiva descriptiva y la perspectiva propositiva. Creo que se puede decir de una forma un poco más sencilla. La perspectiva descriptiva, que sería la del sociólogo Elzo, es simplemente describir los valores, es decir, registrar, tomar nota de cuáles son los valores dominantes, los que inspiran el comportamiento social, y las normas, llevándolo al campo jurídico. La perspectiva propositiva es la que intenta decidir cuáles serían los valores que deberían guiar el comportamiento personal, el comportamiento social y la elaboración del derecho positivo. Aquí el gran dilema, difícil de justificar desde un punto de vista teórico y por el que polemizan distintas corrientes, es cómo se conocen esos valores objetivo, o cómo se pasan del ser al deber ser; por qué unos valores objetivados, es decir, realmente existentes y plasmados en los comportamientos son los mejores, los que tienen que ser, o si simplemente son esos como podían ser otros. La teoría democrática aporta la solución menos mala, que es concluir que los valores válidos en un momento histórico determinado son los que democráticamente se asignan los pueblos. Con esta solución la pelota pasa a otro tejado: qué sistema es el más democrático, de manera que los valores que propugna son los válidos y no otros. En realidad, cuando decimos que las costumbres se hacen leyes no decimos ninguna burrada. De hecho, hoy son leyes lo que ayer fueron costumbres, pero costumbres con valor normativo, es decir, costumbres que se consideraron de acuerdo con un patrón ideal de comportamiento.
Aquí Elzo, como sociólogo, se mete en un terreno ajeno a sus saberes profesionales, aunque como persona puede opinar y opina bien, por cierto. Un sociólogo debe simplemente tomar nota de los valores dominantes, pero no decir que esos son los valores-objetivo. Eso ya es del campo de la Axiología o de la Ética, de la Filosofía en definitiva.
Con el paso del tiempo fui comprendiendo que un jurista no es el hombre que sabe los procedimientos, para eso vale un gestor administrativo. Y me fui aficionando a lecturas más abstractas, pero que te dan respuestas y soluciones a largo plazo. Un jurista ve algo más allá del reglamento o la instrucción, un jurista ve los valores que subyacen bajo la norma, pero, como dice la canción, yo no soy esa.
Más tarde, en lecturas ociosas de Derecho Constitucional leí que para algunos autores los principios generales del derecho y los valores eran lo mismo y los mismos, por ejemplo, cuando la Constitución dice ya al principio que se propugnan la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Hay quien piensa que los tres primeros son principios y valores, pero el cuarto es solo un principio, no un valor, porque es el medio de concretar los tres primeros. En fin, tela.
Y llegamos al tercer momento, a otro de mis vicios, a la palabra, a la prostitución de la palabra, porque ahora resulta que las empresas crean valor y ese es su objetivo. Y no hay presentación de PowerPoint, revisteja propagandística o intranet en la que no se hable del valor, pero, se están apropiando del concepto-valor, un concepto muy digno, cuando lo que quieren decir es ganancia. Que lo digan claro, que la empresa está para ganar, pero no digan que quiere crear valor. Es verdad que la palabra valor es de la misma raíz que valuta, pero también que valiente, que válido. Y también tenemos la cursilada de “poner en valor”, que lo acabo de leer hasta en un comunicado de UGT, que dice que Renfe Operadora tiene que poner en valor las potencialidades acumuladas durante años. Claro que aquí lo de poner en valor es un barniz al lenguaje, porque ni de ganar dinero se trata.
Y por último leo un recuadro en EL PAÍS del domingo, que anuncia un congreso que lleva por título “De la educación socioemocional a la educación en valores”. Lo más importante es que lleva aparejados dos créditos. Llegamos al abuso de la inteligencia emocional, pero eso ya es para otro día.
Por terminar con Elzo. Los valores que propugna para la educación servirían también para la vida: la racionalidad (véase que la religión quedaría aparte posiblemente), la competencia personal más allá del voluntarismo y del emotivismo desresponsabilzado (esto daría juego para otro comentario) la tolerancia activa, rechazando la pasiva y propugnando la intolerancia en determinados supuestos (o sea, contra Gandhi, contra el velo, simplificando), la solidaridad, la espiritualidad (desligada de connotaciones religiosas), la utopía.
Bueno, pues todo eso y algo más me suscitó la lectura del fin de semana.

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