Miras para la portada de La Nueva España y lees que Alonso roza el milagro. La portada te parece un gran acierto e incluso encuentras más resonancias bíblicas porque la copa que lleva a la espalda más bien es como la cruz a cuestas que le hace caminar con la mirada perdida. La dirige hacia donde están Raikkonen y Hamilton, pero en realidad se está mirando a sí mismo. No ve.
Ves a Hamilton bajo dos paraguas, uno rojo y otro negro, su padre, y te vas a permitir esta licencia. No sabes qué puede estar escuchando abstraído de todo, quizá una justificación técnica que le exculpe ante sí mismo, quizá música a todo volumen que le separe del mundo. Su padre le mira a él y él mira al suelo. A

Está, por fin, el campeón. Dicen que es el hombre de hielo, pero más bien te parece que es el hombre del Hielo, de la tierra del hielo. A veces tiende uno a meter a todos los nórdicos en el mismo saco de la frialdad como si en aquellas latitudes se les congelara el nervio. Te fijas en sus dedos y en sus uñas y descubres que no es el hombre de hielo que le viene bien al tópico proclamar. En esas uñas mordidas ves una explicación a sus salidas de pista y a sus pretendidas rarezas.
Los tópicos te ayudan a seguir avanzando sin cuestionar cada frase, cada palabra, pero a veces también te impiden ver.
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