CUENTO DE NAVIDAD. EL TREN MIXTO
Faltaban muy
pocos días para la Navidad. El año había sido difícil para casi todos. En
algunas casas algunos faltaron para siempre. Quien más quien menos estaba
cansado del dichoso virus y de sus malditas consecuencias. Había quien llevaba
meses sin abrazar a alguno de sus seres queridos. Otros perdieron su trabajo.
Muchos sufrieron un recorte brutal en sus ingresos. Los encuentros con los
amigos se fueron distanciando. Había más tiempo libre, pero faltaban las ganas
de llenarlo. Muchos decían estar aplanados. Se palpaba en el ambiente un
decaimiento general.
En estas se
estaba cuando los vecinos recibieron un mensaje de WhatsApp con un texto
enigmático: “Mañana en la estación a la una en punto. Mantener distancia”.
Cientos de
mensajes viajaron de móvil en móvil con idéntico texto. Surgió una duda
elemental. ¿Cómo iban a estar todos mañana en la estación manteniendo la
distancia? El pueblo había menguado mucho, pero aquello era materialmente
imposible. Y temerario. Además, se enteraron de que en los pueblos próximos se
habían recibido mensajes similares, solo que en unos casos hablaba de estar a
la una y cinco, en otros a la una menos cuarto, en otros a menos veinte. Toda
la gente de la comarca había recibido el aviso.
Esos
mensajes eran un peligro. Era evidente el riesgo de aglomeraciones en la estación,
en todas las estaciones, por lo que los alcaldes mantuvieron una conferencia
virtual hasta bien entrada la noche. Finalmente alcanzaron un acuerdo: aunque
las estaciones eran grandes, únicamente un miembro de cada casa acudiría a los
andenes. Algunas estaciones habían cumplido ya un siglo. Se levantaron en la
época en la que todo se movía en los trenes, viajeros y mercancías. Algunas
conservaban los viejos almacenes, vacíos o alquilados para cualquier menester.
Todas tenían grandes muelles y largos y anchos andenes.
En las casas
hubo sus más y sus menos. Algunas familias eran reacias a acudir a la cita de
WhatsApp. ¿A cuento de qué había que hacer caso a un mensaje de origen
desconocido que hasta podía ser una estafa? Por el contrario, en otras casas todos
querían ir, hasta los pequeños, porque ese enigmático día de mañana era un
sábado y libraban de la clase. Los alcaldes habían sido taxativos: de cada familia
debería ir únicamente el adulto de más edad que gozara de buena salud.
Hubo a quien
le costó conciliar el sueño solo de pensar qué misterio tendría esa cita. Por
lo de la distancia a guardar, sospechaban que algo tendría que ver con esa
epidemia que los estaba llevando a hacer cosas sin sentido a base de prueba y
error.
Llegó la
mañana del sábado. Los minutos no acababan de pasar. A las doce ya se habían
concentrado los primeros parroquianos. Milagrosamente la estación conservaba el
viejo reloj, que, además, marcaba perfectamente la hora.
Fueron
avanzando los minutos. Era ya la una menos cuarto, así que comenzaron a llamar a
conocidos de la estación de la una menos veinte. Nada. No cogían el teléfono ni
respondían a los mensajes. La inquietud comenzó a adueñarse de los andenes. ¿Y
si se trata de un tren aniquilador que fulmina a todos cuantos presencien su
paso? Los de la una hablaron con los de la cita de menos diez y, lejos de darse
tranquilidad, transmitieron sus mutuos y similares temores.
Faltaba un
minuto para la una cuando a lo lejos se divisó una enorme locomotora verde y
silenciosa de forma nunca vista que remolcaba un buen número de vagones de
mercancías y coches de viajeros. El tren frenó sin meter ningún ruido. Se
abrieron las puertas correderas de los vagones y una voz metálica anunció: “En
el andén quedarán unas bolsas. No acercarse hasta que el tren se haya alejado.
No aglomerarse. Hay para todos”. Efectivamente, un brazo articulado depositó las bolsas en el andén. Acto seguido, se cerraron las puertas e inmediatamente
la máquina pitó y arrancó con el mismo silencio de la llegada. Observaron que
el aspecto exterior de los coches era el de siempre, pero el interior les
pareció totalmente diáfano y con únicamente unas luces en cada extremo. El tren
cogió gran velocidad y no pudieron percatarse de más detalles.
Les costó
esperar, pero en cuanto perdieron de vista el tren, cada uno se hizo cargo de
una bolsa. Eran las justas. No faltó ni sobró ninguna. Cuando las abrieron
comprobaron que cada una contenía un número de pequeñas cajitas como las de las
joyerías. En todas las bolsas había un sobre con un escueto mensaje: “No contar
nada. Abrir las cajas en las casas”. En cada bolsa había exactamente una caja
para cada habitante de la casa. Entendieron ahora que los amigos de las
estaciones anteriores no hubieran contestado al teléfono. Habían tomado al pie
de la letra lo de no contar nada.
Ni que decir
tiene a qué ritmo emprendieron la marcha hacia sus respectivas casas. Cada caja
contenía dos cápsulas y un mensaje: “Tomar una cápsula con agua tibia, solo una.
Mañana en la estación a la una en punto con la cajita”.
Ni el
químico jubilado ni el farmacéutico daban abasto a aclarar las dudas de sus
vecinos. Nunca habían tenido en sus manos cápsulas de esa textura y ligereza.
Al día
siguiente, desde bastante antes de la una todos estaban en la estación entre
expectantes y temerosos. Tenían interés por ver si actuaba el famoso brazo
articulado de los vagones. Algo nuevo les dejaría.
Ya se divisa
al fondo la imponente máquina verde. Parece que el tren se está pasando de
frenada, pero no, los vagones de mercancías rebasaron el edificio de la
estación, y los coches de viajeros quedaron milimétricamente detenidos frente al
numeroso grupo que esperaba. Solamente se abrieron las puertas del tercer
coche. Desde el andén oyeron sones y vieron luces de fiesta en los dos primeros. Unos altavoces anunciaron: “Vecinos, subid al tren de la esperanza”. Nadie quedó en tierra. El tren arrancó. A la una y cinco debía estar puntual con la siguiente cita en la estación inmediata. En un
extremo del coche lucía un árbol de navidad, en el otro un pequeño nacimiento,
con villancicos como música de fondo. La misma voz metálica que algunos oyeran el
día anterior anunció un mensaje: “Tomad ahora la segunda cápsula. Es la vacuna
definitiva y los efectos son inmediatos”.
El tren iniciaba
la frenada en la estación siguiente.
8 comentarios:
Este año ha sido con mucho suspense y emocionante.Feliz Navidad y un feliz año 2021. Que lo tiene más facil
Felices Fiestas y que el próximo sea un año como "los de toda la vida".
Así es!Esperar q éste "tren" nos traiga la solución, para esta maldita pandemia.Felices Fiestas
Esperemos que las dos cápsulas nos devuelvan a la normalidad, felices fiestas.
Muchas gracias Simón. No dejes nunca de escribir. Un abrazo.
Gracias Simón por seguir escribiendo cuentos, ¡Felices Fiestas !!
Muchas gracias por el relato y regalarnos lo mejor que podemos tener ahora mismo... esperanza.
Os deseo a ti y a tu familia una muy Feliz Navidad.
Un abrazo, Lorena Díaz
Genial tu relato, Luis Simon. Ojalá la vacuna fuera tan sencilla de administrar.
Felices Fiestas.
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