Estando acostumbrado a manejar los precios de billetes de tren, piensas en un euro y pico, en cuatro euros si haces algún kilómetro más, en treinta o cosa así si se trata de un abono de viajes; o dos cuarenta una sidra, uno y poco un café, diez euros un menú del día, treinta euros ya es un convite. En ese pequeño mundo te mueves, y tan contento.
Cuando lees que la actriz Charlize Theron lució tal cosa en la ceremonia de los Oscars y que estaba valorada, no la actriz sino la joya, en quince millones de euros, tienes que transformarlo en pisos para hacerte una idea. Divides 15.000.000/250.000 euros de un piso que ya está bien y salen 60, o sea que la joya de Charlize cuesta tanto como un portal bastante céntrico de sesenta pisos.
¿Qué tiene una joya para que cueste quince millones? ¿Cómo se llega a ese valor? ¿Es la traducción monetaria de las horas de trabajo necesarias para la extracción de los materiales y para su confección? ¿Qué valor de uso le darías? Cero ¿Valor de cambio?
No te va la vista a la joyería, está claro.
Eso desde el punto de vista del vendedor. La referencia de fijación de precios desde el punto de vista del comprador es la utilidad. Y la de este collar para Charlize (o quien se lo haya prestado) debe ser altísima.
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