Lees esta obra por recomendación de un buen amigo y voraz
lector.
La narración adopta el estilo de las memorias de una
maestra natural de un pueblo de la montaña leonesa que estudia en Oviedo en los
años inmediatamente anteriores a la proclamación de la Segunda República.
Una advertencia previa de la propia maestra: La memoria selecciona y archiva
la versión de los hechos que hemos dado por buena y rechazo otras versiones
posibles pero inquietantes.
Mi padre tenía la cabeza muy clara y me había educado con
libertad, pero también con prudencia. Mi madre era una mujer bondadosa, pero
desdibujada. Dejó mi educación a los hermanos de mi padre, a quién admiraba sin
reservas. Lo que soy, o por lo menos lo que era entonces, se lo debo a mi
padre.
Pese a su espíritu avanzado, no es capaz de sustraerse del
todo del ambiente reinante en el mundo femenino: el de las mujeres que
aspiraban a casarse. Esa dualidad entre la mentalidad subyacente y la voluntad
racional se mantiene a lo largo de su vida.
Su primer destino la lleva a una aldea de Tierra de Campos,
donde vive gratas pero cortas experiencias hasta que toma posesión la maestra
titular.
Su segundo destino es un pueblo de la montaña, de nieves
abundantes e incomunicación, donde tiene que adaptarse a las grandes carencias
materiales de la escuela, que ella intenta atajar contra la oposición o el
recelo del alcalde y los poderes fácticos. El mismo día de su llegada es un
anticipo de las dificultades con las que se encontrará: nadie quería alojarla.
Un acomodado liberal, don Wenceslao, se ofrece pero no le dejan. Así y todo,
veló por ella. El cura se muestra reticente ante las experiencias pedagógicas
creativas.
Mi pueblo estaba vivo, pero yo siempre había imaginado
que lo dejaría, que mis estudios y mi carrera me servirían para ensanchar
horizontes, me llevarían a lugares más amplios y mejores, no a está tristeza
del anochecer en un lugar perdido entre los montes.
Su estancia finaliza abruptamente cuando el padre le hace
una visita y comprueba la precariedad material que la rodea, que amenaza con
minar gravemente su salud.
Su tercer destino es en la lejana Guinea. Es la única mujer
que conoce con un trabajo aceptable en una sociedad gobernada por blancos, con
la constante influencia de la iglesia.
¿Sería este mi futuro?, me preguntaba. ¿Sería este mi
sueño?
La experiencia finaliza cuando enferma y se tiene que
repatriar.
Mis esfuerzos por enseñarles ciencias o geografía o
historia chocaban con una incomprensión que iba más allá del idioma. Eran
despiertos, pero no podían comprender la prehistoria. ¿Acaso no vivían en ella?
¿Hasta qué punto les añadiría felicidad el descubrimiento de los avances
técnicos que invadían el mundo civilizado? Rachas de pesimismo me embargaban.
Me parecía que había un desajuste entre los programas oficiales que hablaban de
una cultura ajena y la necesidad de aprender cosas relacionadas con su medio
ambiente, sus orígenes, su propia cultura. Yo trataba de armonizar ambos
caminos: el que les llevaría al conocimiento de los hallazgos culturales del
hombre y aquel otro que les ayudaría a conocerse mejor como pueblo y les
prepararía para trabajar por su país.
La escuela sería mi único recurso. Por entonces, ya empezaba
a sentir esa profunda e incomparable plenitud que produce la entrega al propio
oficio. Me sumergía en mi trabajo y el trabajo me estimulaba para emprender
nuevos caminos. Cada día surgía un nuevo obstáculo y, a la vez, el reto de
resolverlo. Los niños avanzaban, vibraban, aprendían, y yo me sentía enardecida
con los resultados de ese aprendizaje que era al mismo tiempo el mío.
Por fin consigue una escuela en propiedad y conoce a
Ezequiel, el maestro del pueblo más próximo, huérfano y sin familia. No tardan
en casarse, pero íntimamente nunca olvidará a Emile, un médico negro que
conoció en Guinea.
Aún ahora, si vuelvo sobre aquellos años tan lejanos,
tengo que confesar que amor, amor, lo que se dice amor, no había entre
nosotros. Al menos por mi parte. Sin embargo, nunca tuve la sensación de
haberme equivocado.
Libertad de pensamientos, pero es peligroso traspasar, en
favor de esa libertad, los eternos tabúes que rigen la dualidad malo bueno,
propio impropio. Impropio de me hubiera sido, para mis padres, que yo un día
pusiera en duda la fortaleza de mi matrimonio.
La pareja conoce las estrecheces económicas, la tristeza de
abandonar a sus humildes padres.
Llega la República, la tensión.
Tienes razón-dijo Ezequiel-. Yo creo sobre todo en la
educación. Pero también entiendo a los que tienen prisa, porque tengo miedo
de que no nos den tiempo suficiente para educar...
Nace su hija.
El nacimiento de la niña completó el cuadro sereno de
nuestro matrimonio. Solo entonces vi aparecer en los ojos de Ezequiel la
añoranza de lo no vivido.
La pareja de maestros implanta la coeducación por edades en
sustitución de las escuelas divididas por sexos.
Por primera vez tuve a mi cargo solo niñas. Se me hacía
raro y, al principio, muy ingrato. Había observado en las escuelas anteriores,
todas mixtas, que los niños eran más vivos, más rápidos en la comprensión, se
interesaban más por todo y no tenía miedo a equivocarse. Las niñas ponían más
atención, era más constantes; trabajaban con paciencia y remataban sus
trabajos, pero eran más pasivas. No son diferentes -le aseguraba a Ezequiel- pero
respiran otro aire. Las preparan desde la cuna para ser mujeres lo más sumisas
posible. Les da vergüenza intervenir, creen que no van a saber, ni poder. Por
eso prefería tenerlos juntos. Me parecía que se estimulaban más, que las
características de los unos ayudaban a completar los rasgos de las otras.
Juntos se desarrollaban mejor como personas. Ezequiel estaba de acuerdo y se
desesperaba.
Un punto de inflexión se produce cuando Ezequiel se afilia al Partido Socialista.
Revolución era una palabra que yo veneraba. Revolución
significaba cambio profundo, agitación definitiva, volverlo todo del revés.
Pero revolución también significaba sangre y era una palabra que pertenecía a
la historia de otros países, la Revolución Francesa, la Revolución Rusa. ¿Era
esa palabra aplicable a nuestro país en ese momento?
Llega la guerra…
Voy a hacer café -dijo- echando mano de los gestos
sencillos, único refugio para paliar la gravedad de los hechos extraordinarios.
Siempre me ha sorprendido la dificultad que el ser humano
tiene para soportar las molestias cotidianas y la valentía con que afronta las
situaciones excepcionales.
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