Este sábado te reúnes en Posada de Valdeón con un grupo de
amigos y compañeros de hornada (¿cocidos, quemados?) militar/ferroviaria. Si no
tienes algo totalmente incompatible por fechas, no faltas a la cita. Te va bien
Posada, como te iría bien cualquier otro punto, y en cuanto al menú igual te dan
las truchas que el lechón de Castilla. Vas a mantel y plan puesto. Perfecto.
Un primo que tuvo amores en otro tiempo en Posada aseguraba
que Don Pelayo era de allí y que allí fue donde lapidaron a los moros. Verás
sobre el terreno las posibilidades.
El sábado siguiente celebráis en Cenera el encuentro anual con
los antiguos seminaristas. Por tradicional costumbre te encargas de reclutar al
personal, despreocupándote de le elección del restaurante y otras intendencias.
Es otra forma de disfrutar, no exenta de los nervios finales hasta comprobar el
porcentaje de acierto sobre las previsiones iniciales, pendiente de si va el
que se queja de precios anteriores, o el que tenía pensado rozar en las
hacienda paterna o el emprendedor pendiente siempre de nuevos negocios o el que
no sabe cómo se podrá desplazar o el que tienes que llamar unos días antes
(para acabar no viniendo o como que no vio la llamada) o el que apuntó que la
crisis…
El día del encuentro alguien se te quedará mirando ¿Cómo no vino Fulano? Quizá en ese momento bajes la cabeza y te
sientas un poco culpable de no haber insistido lo suficiente.
En cualquier caso, son dos formas diferentes de disfrutar
con y sin preocupaciones.
Luchi, eres muy joven todavía para estar coleccionando recuerdos. Tu experiencia acumulada te rebosa. Los años de seminario, los años de mili en Valladolid, los años en las estaciones... toda la gente que conoces... y al final la felicidad es una cosa muy personal, muy íntima y puedes comparar cómo le va a uno y a otro, pero ¿podemos cambiar nuestro destino?
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