Recoges a tu madre en el pueblo para hacer la ronda mensual de los suministros, la actualización de la libreta y la extracción correspondiente, el médico, la farmacia, la compra de cuatro pitas y orujo para guindas y otras gestiones tan rutinarias como imprescindibles, cuando en el viaje en coche se queda mirando para los cerezos en flor visibles desde la carretera, por ejemplo dos que se ven en la Barzaniecha, pegados a la carretera de Llanos.
Siempre que pasas a la altura de La Barzaniecha, junto al Campanal, te acuerdas de que, según consta en la partida de defunción, fusilaron el 22 de febrero de 1875 al abuelo del tíu Agustín por haber pertenecido a una partida carlista. Tu madre, sin embargo, mira los cerezos en flor del mismo prado y recuerda cómo de joven los avistaba intentando retener en la memoria la ubicación de los cerezos floridos porque serían los primeros en dar el fruto rojo o amarillento, con lo que iba a tiro fijo en cuanto fuera el tiempo.
En unos cerezos unos ven memoria (muy) histórica y poesía manida, para otros son el recuerdo del estado de necesidad de una época en la que las cerezas no eran un postre sino parte del sustento.
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